La idea de “estar bien” supone, a su vez, la idea y la posibilidad de “estar”, no sólo como situación sino también como capacidad de detenerse. Capacidad para no ir a ningún lugar. “Estar” es estar consigo y con el otro. Este detenimiento implica haber desarrollado alguna habilidad para vérselas con los dinamismos del irse a otra parte. Y nos parece que el más potente de esos dinamismos es el que surge por la huida ante la presencia en nosotros de aspectos desagradables.
Las personas estamos habitadas también por regiones desagradables que alimentan la no-quietud, el no-estar. Son símbolos, imágenes, mensajes, representaciones que desaprueban, amenazan, condenan, desprecian aquello que somos, a aquellos con quienes estamos o al momento que vivimos, es decir, lo que forma parte de nuestra situación de vida. Estas representaciones circulan por nuestra mente, acechan. Aprender a “estar” y “estar” bien supone dejar que transiten y nos atraviesen sin treparnos a sus estribos para irnos con ellas a otra parte. Si uno se trepa a los símbolos del malestar, éstos nos llevarán lejos, nos lanzarán a viajes de lejanía, de alienación.
En alguna parte de nosotros las fuerzas que nos llevan a des-situarnos, a desvincularnos con lo nuestro, el bagaje de experiencias, los rasgos de personalidad, el lugar geográfico, nuestro lugar social, se vuelven odiosas; una especie de odio al “si mismo” puede aparecer en nuestro interior.
Entre todos los viajes de exilio de si mismo que son posibles, nada comparable con huir de nuestra situación humana, no aceptar que somos humanos. ¿Por qué?
Porque la existencia humana contiene la perspectiva de la muerte. Idea cargada de veracidad. Aquí no hay horror imaginario. Un día habré de morir. Idea sorprendente. Fantasma efectivo. Sólo permitir que la perspectiva de la muerte nos atraviese, nos permitirá estar allí, en la vida, como lugar al que fuimos destinados y al que elegimos.
Las imágenes del horror a sí mismo que pueden surgir de lo profundo de nosotros mismos nos presentan una alternativa: correr delante de ellas, correr detrás de ellas o permitir que nos atraviesen y se alejen. Para “estar” es necesario haber retornado muchas veces de estos movimientos de negación, de exilio, de rencor a la vida, que surgen de nuestro interior. Luego de recorrer este terreno propio de la autodestrucción, entonces se pondrá reposar: Allí con nosotros mismos y con el otro. Habrá finalizado la huida.
Estar ahí, con trajes y desnudo
Para hacernos presentes los seres humanos habitualmente necesitamos escondernos, insinuarnos detrás e las armaduras, los trajes de fiesta, los títulos, los discursos, los lenguajes. Y esto no es engaño, es protección, y es un modo de manifestarse más progresivo, mas complejo, nunca del todo completado. Yo soy también mis apariencias, aunque las apariencias no sean transparencia, sino que también impliquen ocultar, sustraer e insinuar. Las mascaras son también nuestro rostro. Un modo de estar es, entonces, aparecer, mostrarse, aunque sea protegido por las máscaras.
Pero hay también otra presencia y otro aparecer más desnudo, que forma parte del desarrollo de la capacidad de estar ahí, presentes: aparecer sin discursos preparados, sin alternativas de acción, sin protecciones, sin soluciones. Ofrecer el límite del cuerpo, el espacio que ocupo y el que dejo vacío. Hasta donde llegan mis manos y hasta donde no alcanzan. La propia historia y no otra. La presencia desnuda.
Hay un malestar abierto al bienestar
El bienestar no es asimilable a la imagen mediática del hombre y la mujer que cada mañana cuelgan en sus rostros una sonrisa plástica, radiante y permanente. Esta se la dejamos a la versión televisiva de la felicidad como “buena onda”. Para este bienestar ya tenemos un formidable educador: la TV. La historia humana, como lo señalamos más arriba, incluye momentos de dificultad, de dolor, de confusión, horizontes que se cierran como paredes infranqueables de cemento. La historia humana es bienestar y malestar, luz y oscuridad, según lo enseñan las grandes tradiciones religiosas.
Pero el malestar que fomenta el obrar destructivo es sólo aquel que se instala como resentimiento. El resentimiento es el malestar inmóvil. El malestar instalado. El malestar como destino, como signo final. Este malestar instalado es también una estrategia de vida, un recurso. Como tal se convierte en planificación del daño.
Hay otras situaciones de malestar que son de transito y que pueden acabar colaborando con el bienestar. Frente a las circunstancias de luto de las historias, hay quienes se ponen en actitud de transitarlas. Se abandonan al torrente de la vida. Se entregan el carácter histórico del malestar. Atraviesan los trechos oscuros del camino. Se permiten el dolor. Es el camino mas apto para recuperar un sentido, porque se parte de la afirmación tozuda del mismo.
Pero los que caminan por las tierras áridas del malestar necesitan incluir espacios de bienestar: el placer de una comida, de lo sexual, del afecto y la comprensión, el derramarse, en la piel, de la luz del sol, el color de los paisajes y el juego. Los pequeños proyectos. Solo el bagaje del bienestar acumulado por las personas les permite convertir el malestar en un camino a transitar.
No somos partidarios de optimismos ingenuos. Hay situaciones de vida que están prácticamente cerradas. No hay por donde avanzar. El sentido parece reducirse a la nada. Misterios de la vida.
Una forma de malestar que no excluye sino que se asocia al bienestar es el malestar del crecimiento. El malestar que viene de abrirse a las diferencias ya que en esto consiste, fundamentalmente, el crecimiento humano. En cambio, el malestar del resentimiento es el malestar del decrecer, del achicarse.
Crecer y madurar puede producir diferentes malestares. Uno es el malestar del contacto consigo mismo: los propios sentimientos, debilidades, limitaciones. El malestar del espejo. Muchas veces son los otros los que se nos aceran con un espejo en sus manos. Nos muestran nuestro verdadero rostro. El malestar de la verdad.
Fernando Onetto
Ética para los que no son héroes
ACTIVIDAD
1. ¿Hay algo de ti o de tu vida que consideres desagradable? ¿Por qué?
2. Redacta un breve ensayo para explicar qué relación tienen estas afirmaciones con la actitud que estuvo Fernando.
3. ¿De que forma la muerte puede darle un sentido profundo a la vida? Explica.
4. ¿En que sentido las mascaras pueden ser también nuestro rostro? Explica.
5. ¿Por qué piensas que el resentimiento es un “malestar instalado”?
6. ¿Cuáles crees que han sido las mejores experiencias que has tenido en tu vida?
7. Elabora un cuadro explicativo sobre las tres clases de “malestar” descritas por el autor. ¿Cuáles de ellas son positivas?
TALLER - R 2.3
Tema: un millón de preguntas y una sola respuesta
Don José, el chofer, manejaba el auto muy despacio y lo hacía por petición de Antonia, pues ella no deseaba que se acabaran las calles. No tenía miedo de ir al barrio donde vivía Fernando, lo que necesitaba era tiempo. Tenía la cabeza clara, tan clara como había querido tenerla siempre y nunca lo había logrado hasta hoy.
Los dos estaban acomodados en la parte trasera y se escuchaba la música de la radio. Antonia miró fugazmente a su amigo y vio que estaba asustado, sorprendido. Tenía ese rostro impotente que aparece cuando alguien nos desarma con su bondad o su generosidad; cuando alguien nos devuelve las palabras duras o las agresiones con un gesto de dulzura; cuando alguien nos responde con amor y comprensión ante nuestra torpeza, nuestro miedo o nuestra ira.
Fernando estaba a la espera. Su nueva amiga aprovecho el sonido de la música y le dijo:
-Voy a hacerte unas preguntas que quiero que me contestes con completa sinceridad. Como dicen en las películas, quiero que me digas la verdad y nada más que la verdad. ¿Aceptas?
-Sí.
- ¿Estás seguro? Pueden ser difíciles de contestar, pueden ser comprometedoras...
-Sí. Acepto.
- ¿Por qué estás tan seguro?
-Porque una persona que actúa como tú acabas de hacerlo merece toda mi confianza. Nunca nadie me había respondido con tanta dulzura después de haber cometido una tontería tan grande como mentirle. Me respondiste como el árbol del refrán.
- ¿Cuál árbol?
- ¿No lo has oído?
- ¿Oír un árbol?
-No.… el refrán.
-No sé de qué hablas.
-Hay un refrán que dice: “El árbol contesta al hachazo del leñador con una lluvia de flores”.
-Suena lindo.
-No solo suena, es lindo y es verdad. Eso es lo que hiciste hoy conmigo como respuesta a mis mentiras.
-Gracias. Solo trate de ser honesta con mis sentimientos. Al comienzo, los dos primeros segundos, pensé que debía enfurecerme, pero luego mi corazón sintió ternura por ti.
- ¿Solo ternura? -pregunto Fernando con picardía.
-Ya hablaremos de eso. Por lo pronto, ese no es el tema.
- ¿Cuál es el tema?
-Mis preguntas. El cuestionario que quiero que respondas.
-Vale. Adelante, ya te dije que estoy listo. ¿Cuál es la primera pregunta?
-Esta es el número uno: ¿Cuál es la primera persona que recuerdas haber visto en tu vida?
- ¿Qué quieres decir?
-Pues eso. Nada más.
-Pues supongo que...
-No supongas nada...simplemente recuerda... ¿cuál fue la primera cara que viste?
-La de mi mamá.
-Muy bien. Segunda pregunta: ¿Cuál es la fecha que más te gusta?
-Hay dos. La navidad y mi cumpleaños.
-Si te tocara elegir entre las dos, ¿con cuál te quedarías?
-Con la navidad.
- ¿Por qué?
-Porque es un día en el que me siento cumpliendo años, pero en realidad parece que todos están de cumpleaños. Las personas sonríen y se emocionan.
- ¿Con quién pasas la navidad?
-Lógicamente, con mi familia. Mi mamá y mis hermanos. Nos reunimos, cantamos un poco y comemos cosas muy ricas. A veces mi papá llama borracho y llora.
- ¿Te parece lo más normal pasar la navidad con tu mamá y tus hermanos?
-Claro.
-Pues para mí es diferente. Muchas veces mi papá está en un congreso y manda saludos por teléfono, sin llorar y sin estar borracho. Dice “¡Feliz Navidad!” con la misma emoción con que yo digo tarea de algebra. Mi mamá piensa que eso de las celebraciones es muy relativo. No sé muy bien que quiere decir con eso, lo que sí sé es que, en mi casa, la Navidad a veces se celebra el 10 de diciembre, para evitar las congestiones y los ajetreos del 24. En otras ocasiones, no se celebra y las peores son las Navidades que se celebran.
- ¿Qué quieres decir? Eso sí que no lo entiendo.
-Pues quiero decir que cuando por casualidad todos estamos en cada, comemos muy callados, nos damos un abrazo sin ganas y nos vamos a dormir temprano.
- ¿Por qué?
-No lo sé. Me lo he preguntado todos los años de mi vida. Algo está fallando en mi casa y no sé cómo arreglarlo. Es difícil hablar con ellos. Pero tampoco creo que les quede fácil hablar conmigo, a veces me encierro en mí misma como una ostra.
- ¿Tu?
-Sí, yo. Bueno, las preguntas eran para ti, no para mí.
-De acuerdo, continúa.
- ¿A quién extrañas cuando estas de viaje?
-A mi mamá, a Paco y a Lola.
- ¿Son tus hermanos?
-Sí.
- ¿Menores?
-Sí.
- ¿A quién extrañas cuando están todos en casa?
-A nadie, por supuesto.
-Fernando... me dijiste que contestarías la verdad.
-Pero, Antonia, ¿a quién quieres que extrañe si están todos en casa?
-Eso lo respondes tú, no yo.
-Ah, ya entiendo, te refieres a amigos y amigas.
-Solo responde lo que sientas.
-Bueno, pues si, voy a comenzar a extrañarte a partir de hoy, pero es que todo esto ha sucedido muy rápido y no puedo decirte que llevo extrañándote toda la vida... sería absurdo.
-Fernando...
- ¿Qué pasa?
-Sabes que no hablo de mí.
-Está bien. ¿Qué quieres oír?
-La verdad.
-De acuerdo, de acuerdo, lo extraño a él.
-Él tiene nombre.
-Sí, extraño a mi papá, lo extraño muchísimo.
- ¿Por qué no se lo dices nunca?
- ¿Cuándo? ¿Cuándo llama borracho?
-No. Cualquier otro día. Consigues su teléfono, tal vez tu mamá lo tenga, y le hablas. No te guardes todo en tu corazón. Los sentimientos que se guardan se pudren.
-Eso sonó feo.
-Pero es la verdad. Hasta dicen que las personas que viven con odio o que no han sabido perdonar son más propensas al cáncer.
- ¿Y tú crees eso?
-Me parece muy lógico. Entonces, ¿Lo vas a hacer?
-Dame un poco de tiempo. No puedo decirte que lo voy a hacer mañana porque te estaría mintiendo, y eso es algo que no voy a volver a hacer jamás.
-Bueno... aquí va la tercera: Si estallara la tercera guerra mundial, ¿a quién llevarías a un refugio antiatómico?
- ¿Qué?
-Lo que oíste.
-Suena exagerado.
- ¿Pero ¿qué harías?
-Ya sabes... me llevaría a Paco, a Lola, a mi mamá y, si lo encuentro, a mi papá.
-Y si...
-Oye. Ya llegamos. Es esa casa blanca con mostaza. Aquí me quedo. No necesito más cuestionarios. No volveré a avergonzarme de mi casa ni de mi familia. Ya lo capté. Negar a mis dos hermanitos y a mi papá es de las cosas más feas que he hecho. Ya me siento como una cucaracha... ¿contenta?
-No quiero que te sientas como una cucaracha...además serias una cucaracha muy guapa, con esos ojazos... bueno, ese no es el punto. Lo que quería es que supieras que te envidio.
- ¿Qué me qué?
-Si, te envidio, en el buen sentido, porque tienes una linda familia con quien compartir. Nunca lo olvides.
Fernando se bajó del auto con una expresión en la que se mezclaban la sorpresa y el orgullo. El auto se alejó y las luces rojas traseras le parecieron los ojos de un monstruo que se iba para siempre de su vida: el miedo a aceptar quién era.
ACTIVIDAD
1. ¿Con respecto a que asunto te gustaría tener la cabeza clara?
2. ¿Alguna vez te han respondido con dulzura después de haber actuado mal? ¿cuándo?
3. ¿Cuál es tu fecha del año preferida? ¿Por qué?
4. ¿Cómo y con quien celebras tú la navidad?
5. ¿Crees que en tu casa puede estar sucediendo algo similar que en la de Antonia? ¿Podrías ayudar de alguna manera?
6. ¿Extrañas a alguien en tu vida? Escríbele una carta a esa persona. Si aún la puedes enviar, hazlo, y si es imposible, guárdala como un lindo recuerdo.
7. ¿A quién llevarías tú al refugio antiatómico? ¿Por qué?
8. ¿Alguna vez te has sentido muy mal por algo que hiciste? ¿Esa experiencia produjo algún cambio en ti?
9. ¿Cuáles aspectos de tu vida te cuesta más aceptar? ¿Por qué?
TALLER - R 2.4
Tema: Una Navidad Diferente
Mientras conducía mi auto hacia el hospital aquella húmeda mañana decembrina, no podía sospechar que sería un viaje hacia una sola dirección. Repitiendo lo que había hecho como un ritual en los años anteriores, me detuve en la limitada área de estacionamiento y me dirigí a la oficina de admisión, donde llené las formas necesarias para mi examen física anual de rutina. Era la temporada navideña de 1982. En el centro de la sala de espera había un magnífico árbol de navidad. Daba un bonito toque de bienvenida En el aparato de sonido se escuchaban los villancicos, recordándonos esa temporada tan especial del año y también recordándonos que era “una época llena de alegría”, que “debemos portarnos bien” y que debemos decorar los salones, “con ramas de pino y acebo” y que debemos prepararnos, en general, para la “noche de paz” venidera.
Me encanta la temporada navideña. Siempre ha representado para los Buscaglia la espera de alegres acontecimientos familiares. Cuando papá estaba agonizante, llamó a mi hermana mayor a su lecho de muerte y le suplicó que se encargara de “mantener unida a la familia”. Estaba convencido, como mamá lo estuvo antes que él, de que la manera de lograrlo era celebrando frecuentes reuniones con abundante comida.
—Los rituales son buenos para la mente y para el corazón —solía decir—. Nos proporcionan algo que esperar, algo con que contar. Nunca puede haber demasiadas celebraciones.
Mi hermana tomó este mandato tan a pecho que ella y su marido construyeron un enorme salón familiar y estaban seguros de que duraría por muchas generaciones, para efectuar las reuniones de la familia. Así se podría asegurar que la familia se reuniría durante las fiestas navideñas. En unos cuantos años se hizo evidente que sólo podríamos reunir a toda la familia en un solo lugar, alquilando el gran salón de bailes del hotel local. Las familias, especialmente las italianas, tienen la costumbre de crecer y quedar fuera de control. Nos vimos obligados a dividimos en dos grupos de festejantes en dos lugares diferentes.
Así sería esta navidad, con celebraciones familiares separadas, pero unidos en el amor. La pasta se preparó. El antipasto se planeó, se rebanó y se marinó. Se compraron las aves y se prepararon para rellenarlas. Se hornearon los planes y galletas de navidad y las castañas se hirvieron. Días antes, las cocinas de mis dos hermanas eran una fiesta para los sentidos: alimentos en tentadores arreglos de color, forma, textura y tamaño; los celestiales aromas de romero fresco, orégano, salvia, cebolla, albahaca y ajo. Este sería un banquete digno de los paladares que tantos años habían pasado educando papá y mamá.
Nunca pasó por mi mente que yo no participaría de estas maravillas. A insistencia de mi médico, había apartado las vacaciones navideñas de las clases universitarias para someterme a mi examen físico anual. Allí tuve un ataque cardíaco masivo. Por fortuna para mí, sucedió en el hospital. Caí en brazos de un cardiólogo que se encontraba a unos metros de distancia del pabellón de cardiología. Ocurrió rápidamente, sin advertencia, y me incapacitó por completo. En unas cuantas horas decidieron que si habría de sobrevivir tendría que someterme a una operación de emergencia, por una desviación cardiaca quíntuple. A menudo se dice que los italianos somos la gente que más demuestra sus emociones. De hecho, la longevidad de los italianos con frecuencia se atribuye a esta tendencia a expresar lo que sienten en su interior y, luego, después de expresarlo, lo dejan. Un ejemplo sería la reacción de mi familia ante mi enfermedad. Cuando se conoció la gravedad de mi condición, toda la familia se sumergió en la desesperación y la histeria.
De ninguna forma se celebraría la navidad estando yo en el hospital.
¡Jamás! Lágrimas, oraciones, rosarios y lamentos, sí, pero los festejos bajo estas condiciones no se podían considerar ni remotamente. En general. Se acordó que todos los planes para la temporada navideña se cancelarían de inmediato. No habría navidad, en esta ocasión, para los Buscaglia.
Tuve que gastar casi toda la energía que me quedaba para obtener una débil promesa de que las fiestas navideñas continuarían de acuerdo con los planes, aunque yo no estuviera presente. Después de todo razoné, todo estaba listo: la comida (y ellos tendrían que comer), el lugar de la reunión (y ellos querrían estar con la familia en estas circunstancias), los regalos (ya comprados y envueltos bajo el árbol), y yo no quería ser la causa de que los niños dejaran de tener lo que por tanto tiempo habían estado esperando. No estaba muy seguro de que la familia quedara enteramente convencida, por ellos abandonaron mi habitación en el hospital entre lágrimas, con cierta promesa por mí se reunirían, pero no se sentirían felices.
Es una extraña e inexplicables características de los seres humanos que, por lo visto, nunca podemos apreciar las cosas hasta que se presenta la posibilidad de perderlas para siempre. Las cosas pequeñas que pocas veces ameritan nuestra atención, ahora adquieren un nuevo significado. Empezamos a ver con mayor claridad cómo nos perdemos algunas veces en lo mundano y en las cosas que carecen de importancia. Nos preguntamos cómo es posible que nos quejáramos de tantas pequeñeces, o por no nos detuvimos en el camino el tiempo necesario para experimentar la belleza de la temporada navideña. Me dio mucho en qué pensar, al darme cuenta de que para la mañana siguiente quizá todas estas cosas hubiesen desaparecido para mí… y quizá para siempre.
Por fortuna y a pesar de algunas complicaciones menores, la operación resultó todo un éxito. Todo fue como un milagro. Un cirujano a quien apenas había conocido brevemente, tomó mi corazón en sus hábiles manos y le puso nuevas arterias, para luego regresarlo a su lugar: una especie de renacimiento. ¡Qué maravilla!
En unos cuantos días me trasladaron a una habitación privada en el pabellón de cardiología. Unos desfiles constantes de seres amados se acercaron a mi lecho. Cada una de las personas portaba regalos, cosas que ellos sentían que eran indispensables para mí: lasagna cocida, salchichas hechas en casa, salami, mortadela, castañas en puré, flores, plantas en macetas y mi golosina favorita de la temporada: frittura dussam harina de maíz, empanizada con cáscaras de limón y frita en mantequilla.
Ahora, más que nunca, estoy consciente de mi mortalidad. En algún momento, aún desconocido, es posible que no tenga la misma suerte que tuve en 1982. Pero es inútil pensar en eso. Prefiero aceptar el reto que sugiere para que el resto de mi vida sea una celebración constante de navidad.
Aún me quedan muchos años por delante para dar, compartir, aceptar y amar. Quiero vivir este tiempo que se me ha asignado en un espíritu navideño. ¿Qué mejor manera hay de vivir? Siento instintivamente que sólo esto de un significado verdadero a la vida y nos ofrece cierto contacto con la inmortalidad.
ACTIVIDAD
1.¿Qué representa para ti la navidad? ¿Hay algo que te gustaría cambiar de la forma como se celebra? Escríbelo en el cuaderno
2. ¿Qué otras maneras existen de unir a una familia?
3. ¿Cuáles son los eventos que, por lo general, celebran las personas? ¿Hay algunas otras cosas que deberían celebrarse? ¿Cuáles?
4. ¿Te es fácil expresar tus emociones?
5. ¿Cómo habrías reaccionado de ser tú el enfermo? ¿Y si hubieras sido un miembro de la familia?
6. ¿Has pensado alguna vez en estas realidades de la vida? Redacta un breve ensayo para exponer tus opiniones al respecto.
7. ¿Es posible hacer de la vida una constante celebración? ¿De qué manera? Exprésalo a través de un medio artístico (fotografía, pintura, teatro, etc).