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RECUPERACIÓN DE ÉTICA Y VALORES TERCER PERIODO

 INFORMACIÓN:

- Lean detenidamente el texto y copien el nombre del taller y las preguntas de la actividad para responderlas con amplitud y agregar ilustraciones.

- La solución de los talleres puede ser en sus cuadernos o en word

- En caso de necesitar más información la encontraras en el blog en los contenidos de ética y valores

Taller - R3.1

Tema: Ser solidarios

                             

Hay muchas situaciones de sufrimiento en el mundo actual que nos llevan a pedir solidaridad a toda la sociedad para mitigarlas; poblaciones afectadas por alguna catástrofe de la naturaleza, familias condenadas a la miseria por la enfermedad o la imposibilidad de trabajar, poblaciones arrasadas por la guerra, personas que por nacimiento o por accidente quedan inválidas, grupos étnicos que han sido marginados del progreso moderno, naciones pobres o empobrecidas del tercer mundo, etc.

Son situaciones que salen del ámbito de la justicia, ya que a nadie se le puede hacer responsable en estricto derecho de haber causado tal situación. Sin embargo, sentimos que debemos hacer algo para ayudar a esas personas que sufren. En ese caso no podemos hacer otra cosa que acudir a los sentimientos de bondad y compasión que brotan espontáneamente en el ser humano. La solidaridad es un valor que cada día cobra más fuerza en la sociedad, con independencia de cualquier motivación religiosa o ideológica.

[…] La solidaridad  se puede dar en situaciones muy diferentes. A veces al interior de un mismo grupo, pequeño o grande, para asegurar el logro de sus interese, por ejemplo, en un sindicato se pide a los miembros solidaridad para apoyar la huelga. Otras veces, entre grupos que parecen no tener vínculo alguno entre sí, cuando se pide ayuda en los países del primer mundo para una población del tercer mundo que ha sido víctima de un desastre natural. Otras veces, dentro de un grupo en que se da mucha desigualdad de bienestar entre sus miembros y se pide a los más afortunados ayudar a los más necesitados.

[…] Esto nos permite intentar definir la solidaridad como la aceptación de un vínculo con otras personas, cercanas o lejanas, que se encuentran en situación de necesidad, el cual nos impone la obligación moral de ayudarlas a salir de dicha situación. La capacidad de conmovernos ante el sufrimiento que afecta, o puede afectar, a otros seres humanos o a nuestro mismo grupo es la que nos lleva a solidarizarnos con personas o grupos extraños y con los demás miembros de nuestro grupo.

Son las condiciones mismas de la existencia humana las que nos obligan a ser solidarios. Podemos mencionar la mortalidad a la que estamos sometidos todos por igual, la vulnerabilidad física y psicológica, la limitación de recursos en el planeta Tierra y la fragilidad de los ambientes naturales, las penalidades que entraña el trabajo y el progreso, las amenazas que soporta cualquier vínculo de unión y forma de convivencia.

Individualismo contra solidaridad

No es tan extraño encontrarnos con personas que raras veces dan muestras de solidaridad. Si acaso se muestran solidarias con familiares, compañeros de trabajo o amigos; pero nunca con personas ni grupos desconocidos. Oímos con frecuencia las expresiones como las siguientes: “Bastantes problemas tengo yo como para ponerme a ayudar a otros”; “si trabajaran un poco más y construyeran mejor sus casa, no les pasarían esas calamidades”, “si están en la miseria es porque no ahorran”; “lo que yo tengo me ha costado mucho trabajo, no voy a regalárselo ahora”; “yo qué voy a dar dinero a esa organización, quién sabe si les llegará a los necesitados o se quedarán con él los organizadores”. Hay quienes van más lejos y dan argumentos en contra de la solidaridad; éstos son insolidarios por principio. Estos argumentos suelen prevenir de la idea evolucionista de la supervivencia de los más fuertes. La supervivencia y el mejoramiento de la especie dependen de que se hagan más fuertes los individuos más capaces para sobrevivir, y desaparezcan los más débiles. Mantener artificialmente a los débiles, que no sobrevivirán por sí mismos, significa desperdiciar recursos y empobrecer las posibilidades de desarrollo de la especie. El liberalismo económico, individualista por principio, lleva este pensamiento en sus entrañas.

La falta de solidaridad nos perjudica a todos. La interdependencia que a todos nos afecta, en cualquier tipo de sociedad: ¡Un barrio, una ciudad, una nación, la comunidad de naciones!, nos obliga a tener actitudes solidarias.

[…] La calidad de vida en una sociedad depende directamente de la solidaridad que se da entre sus miembros. El abandono de la solución de los problemas en manos de políticos egoístas y corruptos, el encerrarse en casa preocupados sólo por la propia seguridad y el propio bienestar el desentenderse de los problemas de los más pobres, etc, va haciendo que aumenten los problemas sociales y se deterioren las condiciones de convivencia.

[…] Si no hay solidaridad para solucionar a tiempo los problemas de los grupos y de las personas que están en grave necesidad, poco a poco se va deteriorando la calidad de vida de todos y surgen problemas graves que ponen en peligro la convivencia y la gobernabilidad.

Egoísmo y alteridad en la solidaridad

[…] La solidaridad puede darse con fines claramente egoístas para beneficio de un grupo, implicando incluso perjuicio para otras personas. A veces la solidaridad es para delinquir o para ocultar delitos. En estos casos no se trata del valor de la solidaridad, sino del egoísmo del grupo que busca sus propios intereses, en perjuicio de la sociedad. El valor moral de la solidaridad radica en la bondad de la acción que se lleva a cabo en beneficio de otros. La acción puede ser egoísta o altruista y, en el primer caso, puede entrañar perjuicios para otros, lo cual la vuelve injusta.

El deber de practicar la solidaridad al interior de un grupo para obtener beneficios y vivir mejor no es algo que necesite mayor fundamentación. Cualquier persona inteligente la pondrá en práctica. Lo que sí necesita reforzarse es el sentido de la solidaridad como un deber de ayudar a otros en beneficio exclusivamente de ellos mismos, y esto sólo es posible cuando se tiene conciencia del valor del “otro” como persona, con la misma dignidad y el mismo derecho a ser feliz que yo. Así como el amor propio nos ayuda a perfeccionarnos, a progresar, a ser felices, el amor al otro, la “alteridad” como actitud de apertura y comprensión de las personas diferentes a mí, constituye la fuerza que nos impulsa a ser solidarios y construir una humanidad más feliz.

La auténtica solidaridad es intencionalmente universalista. No se reduce al interior de las fronteras de las comunidades a que uno pertenece, sean éstas pequeñas, como la familia, o grandes, como la nación, sino que se abre a todos los grupos humanos, próximos o extraños. La solidaridad hace que nos sintamos miembros responsables de la comunidad universal de personas, tanto de las generaciones actuales como de las futuras, e incluso de la gran comunidad de los seres vivos. El fundamento de esta solidaridad universal radica en que habitamos el mismo mundo y tenemos un destino común.

 Actividad

1. Nombra algunos sufrimientos humanos que sean cercanos a ti o a tu entorno familiar.

2. ¿Crees que la compasión es un sentimiento que surge en el ser humano de manera natural?

3. Piensa de qué manera los daños ecológicos y la escasez de recursos naturales exigen que haya solidaridad entre las naciones.

4. ¿Qué opinas respecto a que la mayoría de estas personas suelen ser defensoras de la democracia y se dicen cristianas?

5. Planea la realización de un acto de solidaridad que contribuya al bienestar de un grupo de personas. Acuda a la creatividad para conseguir los recursos y recuerde que los seres humanos no sólo necesitan ayudas materiales sino también afecto y compañía.

Taller - R3.2

Tema: ¿Quién tuvo la culpa?

Cuando a Fernando lo llamaron a la rectoría, no entendió el motivo. Lo mismo pasó con Antonia y con la profesora de inglés y el profesor de educación física, y con todos los demás que iban entrando poco a poco al despacho. El tiempo había pasado y el rector citaba a una reunión que se centraría en algo que había sucedido un mes atrás. Habían sido treinta días para recapacitar y medir responsabilidades, para averiguar e intentar reconstruir los hechos. Treinta días de paciencia y reflexión, en los cuales el cerebro del rector había pasado de la estupefacción al disgusto, del asombro a la risa, de la ternura a la rabia, de la indignación a la tolerancia.

Ahora, cuando todos los implicados estaban reunidos, el rector sabía muy bien lo que había sucedido y estaba seguro de lo que tenía que decir.

— ¿Saben ustedes por qué razón los he citado esta mañana? —preguntó sin dudar.

Ninguno de los presentes estaba muy seguro y, por tanto, guardaron un prudente silencio.

—Repito, ¿saben ustedes por qué están aquí?

—Presumo que por alguna razón académica —respondió la profesora de inglés.

—No. No es una razón estrictamente académica lo que hace que estemos hoy aquí reunidos. Es más bien una cuestión de ecología.

—Pero, señor rector, creo que las actividades de este periodo ya estaban definidas. Yo misma hablé con usted la semana pesada. ¿Hay algún cambio que deba comunicarnos? —comentó la profesora de biología.

—Y si se trata de ecología, ¿qué hacemos los profesores de gimnasia y de idiomas en esta reunión? —preguntó el profesor de educación física.

—La razón, mis queridos colegas, es que hoy vamos a hablar de una ecología que no tenemos casi nunca en cuenta y que es, probablemente la más importante de todas. Estamos aquí reunidos, en mi oficina, para hablar del partido de fútbol que terminó en batalla campal y dejó a varios alumnos con heridas, y al colegio muy mal respecto a su capacidad de educar, de transformar los instintos violentos en algo más humano, más racional, más digno de las personas que creemos ser.

— ¿Qué creemos? —comentó la profesora de inglés.

—Sí, profesora, que creemos. Cuando sucede algo tan desafortunado, como ver a nuestros alumnos encarnizados en un combate absurdo, golpeándolo con saña y haciendo sangrar los rostros de los que debían ser sus amigos y compañeros, mientras los profesores brillamos por nuestra ausencia (estemos o no presentes), entonces vale la pena preguntarnos, qué tipo de personas somos y si el buen concepto que tenemos de nosotros mismos se justifica de alguna manera.

— ¿Estemos o no presentes? ¿Cómo podemos brillar por nuestra ausencia estando presentes, señor rector? —argumentó el profe de español.

—Me alegra que haya reparado en ese detalle, profesor. Sí. Ese triste día del partido de fútbol, muchos de nosotros no estábamos presentes por encontrarnos en actividades que nos capacitan mejor para nuestra labor como decente, pero los pocos maestros que permanecieron en la institución estaban, en mi opinión, más ajenos a la situación que los que habíamos salido.

—Señor rector, no estará insinuando que… —comenzó a decir el profe de educación física.

—No, profesor, no estoy insinuando nada. Lo estoy afirmando. Usted y la querida profesora de inglés, la señora Jenny, tuvieron un comportamiento absolutamente censurable, y si no he dicho nada en este tiempo es porque quería estar plenamente seguro de lo que había pasado. Quería cerciorarme, escuchar diferentes versiones y tener un panorama más amplio de lo acontecido. Pero hoy no tengo ninguna duda. La actitud de ustedes dos fue vergonzosa.

—Disculpe, señor, pero me parece que la culpa fue de nosotros, los estudiantes. Fuimos los jugadores los que nos enredamos en una lucha de puños y patadas que no tenía nada que ver con el fútbol. Los profesores no tuvieron que ver en eso —aseguró Fernando, con la certeza de que la culpa era más de sus compañeros y de él mismo que de ningún otro.

—Qué bueno que hable, señor Fernández, porque usted es uno de las más grandes defensores de los animales, junto con la señorita Jenny.

—Me perdona, rector, pero no veo la relación que pueda existir entre los lamentables sucesos partidos de fútbol y el hecho de que yo defienda la justa causa de los animales. Sí, me declaro ecologista al igual que el alumno Fernández y no veo nada de malo en eso.

—Pues si vamos a hablar de ecología, yo mismo me declaro defensor del planeta. Recuerde, señor rector, que yo lidero las campañas de reciclaje en el colegio —aclaró el profe de educación física.

—Precisamente. Y la señorita es la encargada de ilustrar con bellísimos afiches esas campañas que usted lidera. No, no crea que me olvido de nada. Conozco muy bien los intereses de ustedes. Sé que contamos con todo un ejército de ecologistas. Es por que se me ha ocurrido retomar el tema en esta reunión.

Hubo un silencio largo en la sala.

—Estoy dispuesto a aceptar cualquier sanción —dijo finalmente Fernando, al no lograr comprender las palabras del rector.

—Nadie ha hablado de sanciones —aclaró Antonia, temiendo que una de las posibilidades fuera que su novio tuviese que emigrar del colegio.

—Es cierto. No he hablado de sanciones. En esta ocasión quisiera que acudiéramos a nuestra conciencia y revisáramos lo sucedido. Tengo a los más grandes ecologistas del colegio reunidos en mi oficina y sé que ustedes pondrían el grito en el cielo si les comunicara que voy a organizar una matanza de tortugas, o que voy a poner de moda las peleas de perros en los recreos, ¿no es verdad? —aseguró el rector con una sonrisita enigmática.

— ¡Claro! —dijeron en coro tres de los presentes.

—Muy bien. Pues lo que se presenció durante el partido de fútbol del que estamos fue una pelea de animales feroces e implacables, que no dudaron en hacer sangrar a sus congéneres y que tampoco vacilaron en golpear incluso a las mujeres.

Los estudiantes se ruborizaron. Fernando recordó lo sucedido con Antonia. Los profesores miraron con gesto severo a los alumnos. El rector continuó.

—Pero fue aún más triste la actitud de la profesora de inglés, quien optó por ignorar la situación escondiéndose, o la actitud del profesor de educación física, quien consideró que era absolutamente normal que los hombres solucionaran sus problemas a punta de puños y patadas ¡Eso es más que vergonzoso!

El silencio fue general.

—Sí, queridos alumnos y estimados profesores. Lo que sucedió es vergonzoso y el principal  culpable soy yo. Mi deber es velar por la formación de los estudiantes y por qué haya una buena convivencia entre todos. Al parecer en algo me he equivocado. Los maestros eludieron su responsabilidad y ustedes, muchachos, se comportaron como los salvajes que matan y torturan animales. Hoy no aplicaré ninguna sanción. Sólo quiero recordarles que el ser más valioso de la creación es el ser humano, y que mientras éste sea infeliz o actúe de forma violenta, todo nuestro discurso ecológico sonará vacío e hipócrita. Comencemos por el trato que nos damos unos a otros. Nuestra paz es tanto o más importante que las tortugas o los delfines del Amazonas. Defendamos a todos los seres vivos, pero no olvidemos que el ser humano está primero. Quiero que dentro de ocho días traigan propuestas concretas sobre esta ecología humana que tanto me preocupa. Hasta entonces.

Actividad         

1. ¿Recuerdas algún momento de tu vida en el que hayas pasado por etapas tan contradictorias.

2. ¿Qué persona crees que eres? Haz una breve descripción.

3. ¿Alguna vez te has sentido ausente, aunque tu cuerpo esté presente?

4. Según lo que leíste. ¿Quién o quiénes fueron los verdaderos culpables de lo sucedido?

5. Si fueras sido el rector, ¿qué sanciones habrías aplicado? ¿Por qué?

6. En tu opinión, ¿cuál debió haber sido la actitud correcta de los dos profesores?

7. Imagina que eres uno de estos estudiantes y elabora una propuesta para preservar en buen estado, el ambiente humano de tu institución escolar.

Taller - R3.3

Tema: EL mercader de Venecia

PORCIA. — ¿Es que no puede rembolsar el dinero?

BASSANIO. —Sí, ofrezco entregárselo aquí ante el tribunal. Más aún ofrezco dos veces la suma Si no basta, me obligaré a pagar diez veces la cantidad, poniendo como prenda mi cabeza, mis manos, mi corazón; si no es suficiente aún, está claro entonces que la maldad se impone a la honradez.

Os suplico por una sola vez que hagáis flaquear la ley ante vuestra autoridad, haced un pequeño mal para realizar un gran bien y doblegad la obstinación de este diablo cruel.

PORCIA. —No puede ser; no hay fuerza en Venecia que pueda alterar un derecho establecido; un precedente tal introducirla en el Estado numerosos abusos; eso no puede ser.

SHYLOCK. — ¡Un Daniel ha venido a juzgarnos, sí, un Daniel! ¡Oh joven y sabio juez, cómo te honro!

PORCIA. — ¡Dejadme, os ruego, examinar el pagaré.

SHYLOCK. —Vedle aquí, reverendísimo doctor, vedle aquí.

PORCIA. —Shylock se te ofrece tres veces tu dinero.

SHYLOCK. —Un juramento, un juramento, he hecho un juramento al cielo. ¿Echaré sobre mi alma un perjurio? No, ni por Venecia entera.

PORCIA. —Bien; este pagaré ha vencido sin ser pagado, y por las estipulaciones consignadas en él, el judío puede legalmente reclamar una libra de carne, que tiene derecho a cortar lo más cerca del corazón de ese mercader. Sed compasivo, recibid tres veces el importe de la deuda; dejadme romper el pagaré.

SHYLOCK. —Cuando haya sido abonado conforme a su tenor. Parece que sois un digno juez; conocéis la ley; vuestra exposición ha sido muy sólida. Os requiero, pues, en nombre de la ley; de la que sois una de las columnas más meritorias, a proceder a la sentencia. Juro por mi alma que no hay lengua humana que tenga bastante elocuencia para cambiar mi voluntad. Me atengo al contenido de mi contrato.

ANTONIO. —Suplico al tribunal con todo mi corazón que tenga a bien dictar su fallo.

PORCIA. —Pues bien; aquí está entonces. Os es preciso preparar vuestro pecho al cuchillo.

SHYLOCK. — ¡Oh noble juez! ¡Oh excelente joven!

PORCIA. — En efecto, el objeto de la ley y el fin que persigue están estrechamente en relación con la penalidad que este documento muestra que se puede reclamar.

SHYLOCK. —Es muy verdad, ¡oh juez sabio e íntegro! ¡Cuánto más viejo eres de lo que indica tu semblante!

PORCIA. —En consecuencia, poned vuestro seno al desnudo.

SHYLOCK. —Sí, su pecho, es lo que dice el pagaré, ¿no es así, noble juez? “El sitio más próximo al corazón”, tales son los términos precisos.

PORCIA. —Exactamente, ¿Hay aquí balanza para pesar la carne?

SHYLOCK. —Tengo una dispuesta.

PORCIA. —Shylock, ¿habéis tomado algún cirujano a vuestras expensas para vendar sus heridas, a fin de que no desangre y muera?

SHYLOCK. — ¿Está eso enunciado en el pagaré?

PORCIA. —No está enunciado; pero ¿qué importa? Sería bueno que lo hicieseis por caridad.

SHYLOCK. — ¡No veo por qué!, ¡No está consignado en el pagaré!

PORCIA. —Acercaos, mercader, ¿tenéis algo que decir?

ANTONIO. —Poca cosa. Estoy armado de valor y preparado para mi suerte. Dadme vuestra mano, Bassanio, ¡adiós! No sintáis que me haya ocurrido esa desgracia por vos, pues en esta ocasión la fortuna se ha mostrado más compasiva que de costumbre. Es su hábito dejar al desdichado sobrevivir a su riqueza para contemplar con ojos huecos y arrugada frente una pobreza interminable. Pues bien; ella me libra del lento castigo de semejante miseria. Encomendadme al recuerdo de vuestra honorable mujer; preferible todas las peripecias del fin de Antonio: decidle cómo os quería, hablad bien de mí después de mi muerte, y cuando vuestro relato haya terminado, instadle a que decida si Bassanio no era su verdadero amigo un tiempo No os arrepintáis de perder vuestro amigo y él no se arrepentirá de pagar vuestra deuda; pues si el judío corta bastante profundamente, voy a pagar vuestra deuda con mi corazón entero.

BASSANIO. —Antonio, estoy casado con una mujer que me es tan querida como la vida misma; pero la vida, mi mujer, el mundo entero no me son tan caros como tu vida. Sacrificaré todo, lo perderé todo por librarte de ese diablo.

PORCIA. —Si vuestra mujer estuviese aquí cerca y os oyera hacer un ofrecimiento parecido, os daría bien pocas gracias por ello.

GRACIANO. —Tengo una mujer que amo, lo declaro. Pues bien, quisiera que estuviera en el cielo, a fin de que intercediese con alguna potencia divina para cambiar el corazón de ese feroz judío.

NERISSA. —Hacéis bien de expresar un voto como ése en su ausencia. Expresado en su presencia, turbaría la tranquilidad de vuestra casa.

SHYLOCK. — (Aparte) He aquí los maridos cristianos. Tengo una hija; mejor hubiera querido que se casase con uno de la raza de Barrabás que vería con un cristiano por esposo. (En voz alta) Perdemos tiempo, te lo ruego, acaba tu sentencia.

PORCIA. — Te pertenece una libra de carne de ese mercader, la ley te la da y el tribunal te da y el tribunal te la adjudica.

SHYLOCK. — ¡Rectísimo juez!

PORCIA. —Y podéis cortar esa carne de su pecho. La ley lo permite y el tribunal os lo autoriza.

SHYLOCK. — ¡Doctísimo juez! ¡He ahí una sentencia! ¡Vamos, preparaos!

PORCIA. —Detente un instante; hay todavía alguna otra cosa que decir. Este pagaré no te concede una gota de sangre. Las palabras formales son éstas: una libra carne. Toma, pues, lo que te concede el documento; toma tu libre de carne. Pero si al cortarla te ocurre verter una gota de sangre cristiana, tus tierras y sus bienes, según las leyes de Venecia, serán confiscados en beneficio del Estado de Venecia.

GRACIANO. — ¡Oh juez íntegro! ¡Adviértelo, judío! ¡Oh recto juez!

SHYLOCK. — ¿Es está la ley?

PORCIA. —Verás tú mismo el texto; pues ya que pides justicia, ten por seguro que la obtendrás, más de lo que deseas.

GRACIANO. — ¡Oh docto juez! ¡Adviértelo, judío!, ¡Oh recto juez!

SHYLOCK. —Acepto tu ofrecimiento entonces; páguenme tres veces el valor del pagaré y déjese marchar al cristiano.

BASSANIO. —Aquí está el dinero.

PORCIA. — ¡Despacio! El judío tendrá toda su justicia. ¡Despacio! Nada de prisas. No tendrás nada más que la ejecución de las cláusulas penales estipuladas.

GRACIANO. — ¡Oh judío! ¡Un juez íntegro, un recto juez!

PORCIA. —Prepárate, pues, a cortar la carne; no viertas sangre y no cortes ni más ni menos que una libra de carne; si tomas más o menos de una libra precisa, aun cuando no sea más que la cantidad suficiente para aumentar o disminuir el peso de la vigésima parte de un simple escrúpulo; más aún si el equilibrio de la balanza se descompone con el peso de una cabello, mueres, y todos tus bienes quedan confiscados.

GRACIANO. — ¡Un segundo Daniel, judío, un Daniel! Aquí os tengo ahora, en la cadera, pagano.

PORCIA. — ¿Por qué se detiene el judío? Toma tu retractación.

SHYLOCK. —Dadme mi principal y dejadme partir.

BASSANIO. —Tengo el todo preparado para ti; aquí está.

PORCIA. —Lo ha rehusado en pleno tribunal. Obtendrá estricta justicia y lo que le conceda su pagaré.

GRACIANO. — ¡Un Daniel, te lo repito, un segundo Daniel! Te doy las gracias, judío, por haberme enseñado esa palabra.

SHYLOCK. — ¿No conseguiré pura y simplemente mi principal?

PORCIA. —No tendrás sino la retractación estipulada para que a tu riesgo la tomes, judío.

SHYLOCK. —Pues bien; entonces que el diablo le dé la liquidación. No me quedaré aquí más tiempo discutiendo.

PORCIA. —Aguarda, judío; la ley tiene todavía otra cuenta contigo. Está establecido por las leyes de Venecia que si se prueba que un extranjero, por medios directos o indirectos, ha buscado atentar contra la vida de un ciudadano, una mitad de sus bienes pertenecerá a la persona contra la cual ha conspirado, y la otra mitad al arca reservada del Estado, y que la vida del ofensor dependerá enteramente de la misericordia del dux, que podrá hacer prevalecer su voluntad contra todo fallo. He aquí, a mi juicio, el caso en que te encuentras, porque es evidente, por tus actos manifiestos, que has conspirado directa y también indirectamente contra la vida misma del demandado, e incurrido, por tanto, en la pena precedentemente enunciada por mí. Arrodíllate, pues, e implora la clemencia del dux.

Actividad

1. ¿Cuál crees que es la única ley que no podemos ni debemos eludir?

2. ¿Te parece que la caridad es un buen argumento para faltar a una ley?

3. ¿Crees que, en ocasiones, podemos tener derechos que van en contra de lo que nos dicta la conciencia? Cita algún ejemplo.

4. ¿Qué es para ti la justicia? Redacta una definición.

5. ¿Conoces casos de personas que estén dispuestas a producir sufrimiento y muerte con tal de que sus leyes se cumplan, o de obtener los beneficios de alguna ley?

Taller - R3.4

Tema: ¿Qué entendemos por personalidad?

Resulta muy interesante hacer una excursión etimológica del término personalidad para ir descubriendo sus entresijos. Las distintas acepciones nos muestran matices y vertientes que nos ayudan afirmar dicho concepto.

1. Personare: palabra latina que significa “resonar a través de algo” y, del griego prosopon, “cara, rostro, máscara”. Ambas tienen un fondo común, ya que en el mundo grecorromano la personalidad era la máscara que se ponían  los actores, a través de la cual salía resonando su voz. La vida es como un teatro en el cual uno desempeña un papel, muestra una conducta, juega un determinado rol. También tiene relación el término latino perisoma, que alude a “lo que rodea el cuerpo, incluida la ropa”, ya que el vestido suele entenderse como una prolongación del mismo que va más allá de las apariencias.

2. Per se unum: procedente del latín, esta construcción se refiere a la “unidad sintética”. Uno-a-um significa lo único, lo singular, lo peculiar u original; es decir, aquello que caracteriza.

3. Phersum: palabra de origen latino que se refiere a espejo. La personalidad es aquello que primero se ve a través del cuerpo y, en especial, de la cara. También existe el término speculum, del mismo significado.

4. Rostrum: “pico de las aves” y, en segunda acepción, “hocico” de los animales. Por extensión, “espolón o proa de un navío”. La cara es lo primero que se observa del otro y su geografía está llena de riqueza expresiva.

Tras este recorrido, ya podemos realizar una primera aproximación; la personalidad, es aquel conjunto de elementos físicos, psicológicos, sociales y culturales que se alojan en un individuo. Así pues, ingredientes diversos que forman una totalidad […]

La personalidad es aquel conjunto de pautas de conductas actuales y potenciales que residen en un individuo y que se mueven entre la herencia y el ambiente. De esta definición emergen dos ideas importantes que, junto a otras, van a marcar las diferencias entre unas personalidades y otras; lo hereditario frente a lo adquirido, el equipaje genético frente al ambiente. Por tanto, y aunando referencias, podemos decir que la personalidad es una estructura organizada y sintética, en movimiento, que abarca el cuerpo, la fisiología, el patrimonio psicológico y las vertientes social, cultural y espiritual. Se trata, pues, de una complicada matriz que deambula entre las disposiciones biológicas y el aprendizaje, y que da lugar a una serie de conductas manifiestas y encubiertas, públicas y privadas, externas e internas, ostensibles y ocultas, que nutren la forma de ser. […]

Siguiendo esta premisa, podemos afirmar que la personalidad es un estilo de vida que afecta a la forma de pensar, sentir, reaccionar, interpretar y conducirse por ella. Esta definición hace referencia a cuatro áreas: el pensamiento, la afectividad, la manera de afrontar las circunstancias que se nos van presentando a lo largo de los años y, por último la consecuencia de todo eso, que determina un tipo concreto de actuación. Es esencial que esta manera se encuentre fuertemente arraigada en el sujeto, sea sólida y no resulte fácil cambiarla.

Nuestra personalidad es nuestra mejor relación pública. Es como una orquesta, compleja y diversa, con muchos instrumentos que cumplen una función específica, pero cuyo resultado es una sinfonía; la conducta con sello propio, La persona es el director de la orquesta. […]

Con mucha frecuencia decimos que alguien nos sorprende por su fuerte personalidad. Además de notarse en el lenguaje que utiliza dicha persona, en sus gestos y en sus modales, la personalidad asoma a la cara, que es el espejo del alma. Ciertamente, al rostro vienen los paisajes interiores, que de alguna manera reflejan lo que está sucediendo en nuestra propia intimidad, en cualquiera de las partes de nuestro cuerpo. En la cara reside la esencia de la persona; ella nos resume. Dicho de un modo más rotundo, la personalidad está presente en la cara, vive en ella. Cuando nos encontramos con alguien, la primera relación que se establece es facial, es decir, cara a cara. Y esencialmente ocular. ¡Dicen tanto los ojos! Tienen su propio lenguaje, son como semáforos cuyas señales hablan de amor, ternura, pasión, desagrado, sorpresa, melancolía…, toda gama afectiva emerge de ellos. En conclusión, la cara y las manos, como partes descubiertas del cuerpo, son las que más expresan nuestros sentimientos.

En la cara tiene la persona su residencia, su chef soi. Muchas expresiones sencillas, de uso diario, reafirman esta idea del rostro como espejo del alma; por ejemplo: “dio la cara” “no me gustó su cara”, “¡la cara que puso!”, “no me olvido de aquella cara”… Por ello decimos que la cara es programática, porque anuncia la vida como un proyecto propio. En ocasiones su lenguaje es difícil de descifrar, porque puede tener un doble sentido y, por tanto, prestarse a confusión. […] Resumiendo, podemos decir que la historia psicológica del concepto personalidad se ha movido en la perspectiva interiorista, es decir, aquello que se encuentra almacenado dentro del individuo, y la perspectiva exteriorista, que hace referencia a lo que se encuentra fuera.

Actividad

1. Explica con tus palabras qué entiendes por personalidad.

2. Consigue una revista o un periódico. Recorta un rostro que le llame la atención y pégala en el cuaderno. Escribe la historia de esta persona de esta persona, a partir de lo que comunica la expresión de su cara.

3. Piensa en un personaje público o histórico a quien admires. Comenta cuáles de los rasgos de su personalidad te gustan y por qué.

4. ¿Por qué se puede comparar la personalidad con una orquesta? Explica.

5. Mírate al espejo y responde para ti: ¿Qué refleja tu cara? ¿Qué dicen tus ojos?

6. Teniendo en cuenta que lo que define a una persona no es su nombre ni su profesión ni el cargo que ocupa, ¿qué es para ti una persona?  

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