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Taller de Ética y V. No 1.1 _9° A y B

INFORMACIÓN:

- POR CADA TALLER REALIZAR UNA ILUSTRACIÓN DE ACUERDO AL TEMA 

- COPIAR EL NOMBRE Y EL NÚMERO DEL TALLER Y LAS PREGUNTAS DEL CUESTIONARIO 

 BATALLA CAMPAL

El arbitro se llevo el pito a la boca. Los espectadores aguardaron un segundo de silencio como si estuviesen ahorrando el aire en los pulmones para lanzar los gritos que siguieron a continuación del pitazo inicial. La final del campeonato interno de fútbol del colegio Conde Argenis había comenzado y hasta el último alumno de jardín infantil estaba presente en los alrededores de la cancha principal. Estaban, también unos pocos padres de familia y unos tres o cuatro ex alumnos. La mayoría de los profesores había ido a una conferencia en el centro de la ciudad y sólo estaban presentes el profe de educación física y la profesora de inglés, la jovencísima Miss Jenny, que, según decía tenía 21 años aunque su cara parecía de 18 y su voz de 16.
Ambos equipos, el de 11A y el de 10B, estaban estrenando uniformes con el nombre de cada jugadores escrito en la espalda. La camiseta de 11A era de rayas negras y rojas, y la de 10B era blanca con mangas azules oscuras, la cancha tenía algunos espacios donde se veía la tierra desnuda y algunos charcos que habían quedado como consecuencia de una mañana lluviosa y fría. Ahora brillaba tímidamente el sol y corría un viento helado que hacía que casi todos los espectadores tuvieran las manos en los bolsillos, Durante los primeros quince minutos, el equipo de undécimo acorraló, sin piedad, al equipo blanco. Se jugaba en una herradura sin que los de décimo atacaran el arco contrario. Los blancos se defendían como leones y los negros con rojo disparaban desde lejos, desde cerca, desde adentro del área y en tiros libres sin embargo, el balón no entraba. el arquero de 10B estaba inspirado. Era su tarde de gloria y no la iba a dejar ir.
La defensa parecía multiplicarse y ponía tanto empeño que parecía que estuviera formada por 8 o 10 jugadores, en vez de los cuatro valientes que rechazaban el ataque de los mayores del colegio. De repente, hasta los palos de la portería se decidieron a colaborar en la defensa, y un remate fuertísimo desde fuera del área rebotó contra el poste derecho del arco blanco. El balón regresó a la cancha y fue a parar a los pies del número 8  del equipo de 10B. Éste lo lanzó, sin mirar, hacia delante, con todas sus fuerzas, y el esférico terminó dentro de un charco en todo el centro del terreno de juego. El 11 blanco y el 6 negro y rojo corrieron hacia allí. Llegaron al mismo tiempo. Ambos quisieron patear el balón, pero los nervios y la ansiedad los traicionaron. Las dos piernas chocaron. Los rostros se contrajeron por el dolor. El blanco cayó al suelo. El rojo y negro siguió dando saltos en un solo pie y finalmente terminó apoyado en los hombros de un compañero, mientras otro le miraba la inflamación que se le comenzaba a formar debajo de la rodilla.

El arbitro pitó falta de 10B. Parte de los espectadores protestó. Otra aplaudió. Un grupo de jugadores blancos rodeó al arbitro con gestos amenazadores y voces de protesta, y otro formó un circulo alrededor del lesionado. El 8 blanco se acerco al lesionado del equipo contrario y lo miró fijamente, sin decir nada con la boca pero transmitiendo oscuras amenazas con los ojos. El otro le sonrió de medio lado, con cara de tiburón que quiere comerse a un pececito. El partido continuó sin goles hasta cuando faltaban escasos tres minutos para terminar el primer tiempo. Contrario a lo que los espectadores esperaban, la primera anotación no llegó del lado delos rojos con negro. El primero gol apareció como una flor en un desierto, como algo asombroso y aislado, como algo raro e inesperado. El número 8 blanco tomó la pelota en la mitad de la cancha y continuó avanzando, mientras miraba a lado y lado con la clara intención de hacer un pase. Los metros desaparecían bajo sus piernas mientras los jugadores de 11A marcaban los posibles receptores del equipo blanco. 
El 8 esquivó a un rival y avanzó en diagonal hacia el lado derecho, esquivó a un segundo y a un tercero, amagó con pasar el esférico hacia la izquierda y, aunque un defensor estiró su pierna, no se desprendió del balón; continuó hacia delante, entró al área y, cuando dos rivales lo empujaban con sus hombros a lado y lado y él ya perdía el equilibrio, sacó un remate potentísimo con las últimas fuerzas que le quedaban y el balón se deslizó en el aire como lo hacen los esquíes en la nieve, con un leve zumbido y cada vez más rápido. Entró en el arco por el ángulo superior izquierdo y el arquero sólo pudo observarlo con la boca abierta y las piernas muy separadas. ¡Gooool! El árbitro señaló el centro del terreno y los jugadores blancos formaron un nudo de abrazos y gritos. La mitad de los espectadores permaneció en silencio, estupefacta, asombrada, incrédula. La otra mitad comenzó a corear el nombre del autor del gol. ¡Fernández! ¡Fernandez!...
Pronto terminó el primero tiempo y los jugadores se reunieron con sus entrenadores, para planear la estrategia a seguir después del descanso. Antonia, una niña de undécimo, esteba impresionada por el muchacho de apellido Fernández. Le pareció que había jugado muy bien, que su actitud había sido valiente y decidida, que había enfrentado sin temor a los jugadores del equipo contrario, que eran más fuertes que él. Le parecía también que corría con elegancia y que, además, tenía unos ojos negros muy bonitos. Le habría encantado poder acercarse a felicitarlo por el gol y hablarle unos minutos, pero él era un perfecto desconocido que había entrado al colegio unos pocos meses y jamás los habían presentado, sabía que estaba en décimo y que era un poco callado y serio, sin ser malgeniado ni creído, Daba la impresión de estar pensando siempre en algo muy importante que no podía compartir con nadie más. A Antonia le parecía que ese muchacho tenía cara de huérfano. "¿Cómo es la cara de un huérfano?!, le preguntó en alguna ocasión su amiga Laura. Antonia no supo qué responder. No podía explicarlo con palabras. "Esas cosas simplemente se saben", le respondió.
Comenzó el segundo tiempo. los jugadores de undécimo se lanzaron con furia contra el arco contrario, Daba la impresión de que no hubieran jugado el primer tiempo, porque mientras que los de 10B lucían cansados, ellos se movían constantemente, corrían, empujaban, gritaban, alegaban con el arbitro y animaban a su barra para que siguiera anotando cantos y estribillos burlones contra los de décimo.
Los minutos pasaron y el cansancio se fue apoderando de los dos equipos.. Los blancos caminaban en vez de correr, lanzaban el balón hacia cualquier lado y le decían al árbitro que ya el tiempo estaba cumplido, que pitara el final del encuentro. Los de 11 continuaban atacando cada vez con menos fe y el balón seguía sin querer entrar en el arco del equipo blanco. Cuando los dos equipos comprendieron que faltaban escasos dos minutos y que las fuerzas no daban para que el resultado cambiara en ningún sentido, el fútbol pasó a la historia y el deporte que comenzó a verse desde las graderías y desde los bordes de la cancha fue la lucha libre sutil. Algunas manos en la cara, algunos empujones, muchas zancadillas, patadas en las espinillas y finalmente un codazo en la nariz del número 8 blanco. Si, el héroe de la tarde había saltado a cabecear un balón y el 6 rojo y negro, el que le había sonreído con cara de tiburón, decidió cobrarle cara la derrota. Se elevó, no para cabecear sino para tener un pretexto y golpear con el codo, en el rostro, a Fernández. El jugador de décimo cayó y permaneció unos segundos con el rostro cubierto por sus manos. Detrás del número 6  que miraba con cara de inocencia, apareció un jugador de décimo que se le lanzó como si estuviera jugando rugby. Rodaron abrazados y pronto cada jugador blanco tenía a uno rojo y negro dispuesto a atacarlo. Los puños golpeaban a diestra y siniestra y no tardaron en aparecer la sangre, las narices y los labios rotos. Las niñas gritaban y trataban de separar a los rivales enfurecidos, pero cuando la violencia atrapa el corazón de muchos, a un mismo tiempo es muy difícil detener la estupidez y la crueldad.
Nadie sabía a ciencia cierta a quién golpeaba. Cada cual se defendía de un enemigo o de varios o, incluso, de un amigo que lo había golpeado sin querer. Antonia estaba indignada, ¿Es que nadie iba a parar esto? Miró al profe de educación física, pero éste observaba todo con una sonrisa. "¿No va a hacer nada?", preguntó la niña. "Son cosas de hombres, ya pasará", respondió él, Antonia se aproximó a la profe de inglés, pero ella estaba buscando refugio detrás de las poderosas espaldas del profe de educación física.
Entonces se decidió. Corrió hasta el tumulto de luchadores y haló la camiseta al primero que encontró. Este giró sin dudarlo y golpeó a Antonia, pero afortunadamente para la muchacha y para su futura sonrisa, la mano sólo alcanzó a rozar su cara. Ella cayó aterrada. Lo miró. Era Fernández. Era lo que quedaba de Fernández. Tenía el rostro hinchado y los ojos rojos enfurecidos, La miraba sin saber qué hacer, con una terrible mezcla de ira y vergüenza, de asombro y ternura. A pesar de todo, Antonia tuvo la sangre fría para pensar: "Sí, ésta es la cara amoratada y adolorida de un huérfano". No estaba equivocada. 

Actividad

1. ¿Cómo reaccionas cuando te sientes acorralado(a)? ¿Cuál ha sido una tarde de gloria en tu vida? ¿Por qué?

2. ¿Cómo reaccionarías después de recibir un golpe semejante?

3. ¿Piensas que burlarse del rival es una forma de apoyar a tu equipo? ¿Por qué?

4. Enumera tres razones por las cuales es absurdo e inútil emplear la violencia cuando nos sentimos derrotados.

5. ¿Qué piensas respecto a esta última afirmación?

6. ¿Qué opinas de la actitud del profesor? ¿Qué piensas de la reacción de la profesora?

7. ¿Qué habrías hecho tú para detener la pelea? Sugiere algunas ideas. 


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