Taller de ética Nº2.3 Grado 9º
semana 3 del 8 al 12 de junio
Tema: Dos helados y más de tres mentiras
Antonia y Fernández estaban sentados en una mesa gris metálica. El lugar
escogido para la cita era el patio de un centro comercial que tenia unas
mesitas con parasoles de colores y asientos futuristas. La tarde se acababa y
un tímido sol rojizo se ocultaba entre los edificios de la ciudad. Ya habían
transcurrido varios días y el incidente en la chancha de futbol estaba aclarado
y perdonado.
Era la primera vez que los dos se veían fuera del colegio. Ambos habían
tenido el tiempo justo para cambiarse de ropa y ponerse lo que creían más
adecuado para este encuentro, que tenía todo el aspecto de ser una cita
romántica. Era, también, un diálogo entre dos desconocidos que querían dejar de
serlo.
- ¿Tienes otro nombre que no sea Fernández? Me siento hablando con un
militar.
- Sí.
-¿Y
cuál es? – preguntó Antonia impaciente.
- Es mi nombre de pila.
-¿De qué?
- El nombre con el que me bautizaron.
- Si no quieres decírmelo, pues no te preocupes, te digo Fernández y ya…
o te pongo un apodo.
- ¿Qué apodo me pondrías?
- Aun no lo he pensado… pero seria algo relacionado con un roedor.
- ¿Con un ratón?
- No necesariamente con un ratón, puede ser algo con ardillas o conejos…
en todo caso algo que dé la idea de un ser con ojitos pequeños y dientes
filudos.
- No tengo ojitos pequeños y creo que todos tenemos dientes filudos… de
eso se trata… de que nos sirvan para comer.
- Pues a ti no te sirven mucho para eso.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque la persona que lave tu camisa sabrá que estuviste comiendo
helado de fresa con vainilla.
El joven, a quien por ahora seguiremos llamando Fernández, bajo la vista
y contemplo un caminito de gotas rosadas y blancas que descendía desde su pecho
hasta el ombligo. Entonces soltó una carcajada liberadora que contagio a
Antonia. Ella tomó una servilleta y con los ojos húmedos de risa le limpió la
camisa.
- Fernando.
- ¿Quién es Fernando?
- Yo. Mi nombre es Fernando Fernández.
- ¿En serio?
- Si. Mi papá estaba muy orgulloso de su apellido y parece que buscó el
nombre que más se le parecía.
- ¿Estaba? ¿Ya no esta orgulloso de su apellido?
- Murió.
- Lo siento. De verdad lo siento mucho. Debe ser horrible perder al
papá; sin embargo, no me sorprende demasiado la noticia… no sé cómo explicarte,
pero estaba casi segura de que eras huérfano. Tienes ojos tristes y algo en tu
cara que…
- No importa. Igual, viajaba todos los meses y nunca tenía tiempo para
mí. Sólo pensaba en hacer dinero.
- Te entiendo, mis papás trabajan 25 horas al día y parece que no les
bastara con lo que tenemos, siempre quieren más y más…
- Y no los ves nunca…
- Casi nunca.
- O sea que eres de esas niñas a las que no les falta nada, excepto los
papás.
- Sí. Suena duro y un poco cruel, pero creo que es así…
- Bueno, vinimos a hablar de nosotros, no de nuestros papás.
- Yo no dije que fuéramos a hablar de nosotros, sólo te invité a comer
un helado.
- Entonces… ¿me termino de derramar el helado en la camisa y nos vamos?
- Si quieres…
- ¿Y tú qué quieres?
Antonia se quedó en silencio unos instantes. Lo miró muy seria y soltó
una frase que la sorprendió. Dijo lo que pensaba sin ninguna timidez, sin
ninguna vacilación:
- Quiero que te quedes toda la vida mirándome así, con cara de idiota
enamorado.
- Ni idiota… ni enamorado… ¿Qué te pasa?
- ¿Vas a negar que te gusto?
- ¿Y tú? ¿Vas a negar que lo que menos te importaba de esta salida era
el helado?
- No, no lo voy a negar. Lo que me importa es conocerte, Fernando.
- Qué raro suena mi nombre cuando lo pronuncias. Que raro que hables
como hablas… tan sinceramente… casi con descaro… nunca había conocido una niña
como tú.
- Ni la volverás a conocer. Soy única en el universo. Hay una Antonia en
toda la galaxia.
- Me alegro de conocer la única. Habría podido nacer en otro planeta y
me habría perdido de darte semejante beso.
- ¿De qué beso hablas?
- De esté -contestó Fernando, mientras acercaba la cara de Antonia con
sus dos manos y le daba el beso más dulce, largo, tierno y amoroso que ella
hubiera recibido jamás.
Los dos permanecieron callados unos minutos. Los helados se derretían
lentamente sobre la mesa. La noche había empezado sin que ellos lo notaran. La
gente los miraba con una sonrisa cómplice. El mundo avanzaba en cámara lenta y
ellos sólo veían sus ojos reflejados en los ojos del otro. Años después,
recordarían esa tarde como uno de los momentos más hermosos de sus vidas.
- ¿Y ahora qué se supone que debemos hacer? ¿Qué dicen las revistas
sobre los que se besan así? -preguntó Fernando.
- No lo recuerdo. Creo que deberíamos decir que somos almas gemelas o
algo así…
- ¿Tú sientes que somos eso?
- Te va a sonar ridículo y cursi… pero sí lo creo. Me sorprende que seas
huérfano y yo lo haya adivinado. Me sorprende, también, que seamos dos niños adinerados
que deseaban ser más amados por sus padres. Que no tengamos hermanos… que nos
gustemos como nos gustamos… que seamos tan sinceros y tan directos en lo que
decimos y sentimos. Sí, creo que somos el uno para el otro y pienso que tampoco
hay más Fernandos en toda la galaxia.
Fernando la miró con una expresión extraña.
- Tal vez tengas razón. Oye… tengo que irme ya.
- ¿No te puedes quedar otro rato?
- No. Tengo que irme.
- ¿Vienen a recogerte?
- Sí, claro.
- ¿Me llevas?
- No… es decir, claro que te llevaría, pero el chofer también tiene que
recoger a mi tía y… ya es tarde…
- Listo. Entonces despáchalo y yo te llevo. Solo es llamar al chofer de
mi mamá y él estará aquí en unos minutos.
- No. Voy solo. Quiero pensar un rato.
- ¿Qué te pasa? ¿Dije algo malo?
- No. Lo siento pero me tengo que ir.
Fernando se levantó. Caminó unos cuantos pasos y, de repente, comenzó a
correr. Antonia lo siguió hasta la calle y le tomo un brazo con toda su fuerza.
Fernando agachó la cabeza. Estaba llorando silenciosamente, sin quejarse, con
esas lágrimas pequeñas y escasas que queman las mejillas.
- ¿Que qué me pasa? Que soy un mentiroso… que no te merezco, que eres
una maravilla de persona, que eres linda, que eres sincera y yo un imbécil que
se avergüenza de decir que sí tiene hermanos, que no hay ningún chofer que lo
recoja, que no es huérfano, que no tiene dinero, que es hijo de un tipo que lo
abandonó cuando era niño y que vive en un barrio al que te daría miedo entrar…
eso me pasa.
Antonia lo miró sin decir nada. Sentía el pecho cerrado. Le faltaba el
aire, no entendía bien lo que él le decía. Las palabras sonaban como ecos en su
mente. De repente, se dio cuenta de que le estaba secando las mejillas con su
mano derecha, de que no tenía rabia, de que sentía una inmensa ternura. Le dio
un abrazo y le dijo con una voz que parecía mas un secreto que una invitación:
- Anda, vamos a llamar y a esperar el auto a la salida. Yo te llevo, no
me importa donde vivas. Lo único que me da miedo hoy es perderte.
Actividad
1.
¿Cómo crees que ellos dos solucionaron lo
sucedido en la cancha?
2.
¿Por qué una carcajada puede ser algo
liberador?
3.
“O sea que eres de esas niñas a las que no les
falta nada, excepto los papás” ¿Qué opinas de esta frase? ¿Crees que esto
sucede con frecuencia? ¿Cuáles pueden ser las causas?
4.
¿Alguna vez has estado enamorado(a)? Describe
lo que sentiste.
5.
¿Crees que las revistas o los medios de
comunicación deben decirnos como actuar? ¿Por qué?
6.
¿Por qué razón mienten las personas? ¿Por qué
lo has hecho tú?
7.
¿Qué habrías contestado tú, si hubieras sido
Fernando? ¿Cómo habrías reaccionado si hubieras sido Antonia?
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