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Taller 2.7 de Ética y Valores. 9°



Taller de ética y valores

Nº2.7

Grado 9º


Tema: Estoy CONTIGO

Fernando pateó una piedrita blanca. La vio rebotar varias veces sobre el pavimento y aterrizar en el pasto. Pensó en lo afortunada que era esa pequeña roca porque no sentía dolor. Había recibido el golpe con la misma tranquilidad con la que recibía la lluvia o lo saludos del viento. Nada podía producirle dolor o tristeza. Fernando pensó que sería bueno tener esa coraza de piedra cuando la vida nos asesta sus duros golpes. Aceptar los golpes del destino con frialdad de piedra, burlarse de la desgracia y reírse ante la enfermedad, ante el dolor, ante la mala suerte… ¿Reírse? ¿Había pensado en reírse? ¿Cómo pueden las piedras reírse? No, definitivamente, las piedras no se ríen. No se ríen porque no se dan cuenta de nada. No pueden, ni siquiera aceptar los golpes del destino ni del viento ni del agua… simplemente no aceptan. Ellas están muertas y por esa razón permanecen tan quietas, tan aparentemente serenas.
“Estoy descubriendo el agua tibia, estoy pensando tonterías, estoy dándome cuenta de que las piedras no sienten Caramba, ¡Qué descubrimiento! —se dijo a sí mismo Fernando— Pero… pensándolo bien no es tan inútil recordar que las piedras no sienten, porque si el precio de no sentir tristeza es no sentir nada, ni alegría, ni nostalgia, ni amor, pues prefiero no ser tan fuerte como una piedra y ¡bienvenida la tristeza! Tal vez duela el corazón de vez en cuando, pero me hace sentir vivo y me enseña un montón de cosas que, por haberlas aprendido en esos instantes tan duros, se quedan grabadas para toda la vida. Parece que el mundo está bien hecho, porque me alegro de ser un ser humano y me imagino que los delfines y las nubes no desean cambiarse por nada ni por nadie… está bien en el cielo y en el agua. Cada pieza del rompecabezas encaja perfecto
Antonia… ¡qué nombre tan lindo! Me gusta el sonido. Me gustan los labios de ella cuando lo pronuncian. Me agrada que casi ninguna niña se llama igual. Para mi ella es diferente a todas las mujeres del planeta y me habría disgustado que tuviera un nombre común. Claro que tampoco quisiera que se llamara… digamos… Agripinfagasta o algo así casi impronunciable. ¡Huy!... que nombre me acabo de inventar. Voy a decirle a Antonia que cuando se porte mal, cuando esté antipática o de mal genio le voy a decir Agripinfagasta. Con esa amenaza, seguro que se le quitan las ganas de ser necia. ¿Pero qué estoy diciendo? Antonia no es antipática ni de mal genio, es la persona mal genio es la persona más buena y más generosa que conozco. Siempre me alegra cuando estoy deprimido. Me entiende y me acepta tal como soy. No soy vanidosa aunque es muy linda, al menos para mí... ¿Será posible que los demás no la vean tan linda? Bueno, eso es difícil de saber. ¿Qué estará haciendo ahora? Me dijo que iba a estar toda la tarde con la tía Rosana y que mañana me tendría una sorpresa. ¿Qué será? Me parece escucharla decir mi nombre… cierro los ojos y escucho mi nombre. Pero esa voz es rara, no es la de Antonia, bueno, debe ser que en la imaginación las voces suenan diferentes…
— ¡Fernando!
El grito sonó como un disparo de cañón que hubiera ahuyentado a miles de palomas  en una pieza gigante. Fernando abrió los ojos
— ¿Qué te pasa? Te he llamado como cuatro veces desde la banca de enfrente. Ahora te hablo a un metro de distancia y sigues con los ojos cerrados y con una sonrisita en la boca, como si te estuvieras burlando de mí.
— ¿Dónde estabas? No te vi llegar al parque. ¿Por qué gritas como loco?
— ¿Que por qué grito? Porque estás sordo o dormido o yo no sé en qué andas… pero era como hablarle a una piedra.
—Qué curioso… Gonzalo; precisamente estaba pensando en una piedra
— ¿En una piedra?
—Sí. En una piedra y en mi novia.
—Oye, ¿seguro estás bien?
—Claro. Estoy mejor que nunca. Si quieres te lo explico lo que estaba pensando, al comienzo, era que una piedrita no siente dolor, ni tristeza, ni…
—Ni remordimiento.
—Exacto. Ni tampoco siente remordimiento. Veo que me entiendes. Entonces, después pensé que…
—Lo siento, pero si no te importa, no quiero saber en qué más pensaste. Por ahora me interesa ser como una piedra. Necesito no sentir este remordimiento o esta culpa o como se llame. Me siento como una rata y si me puedes escuchar…
—Gonzalo, el día que no tenga tiempo para oír a un amigo dejaré de llamarme Fernando Fernández.
—Bueno, vale, ya entendí. Gracias. Sí, necesito que me oigas y que me des un consejo. Estoy más perdido que Adán el día de la madre.
—Ja…aaaaa… hacía mucho que no oía eso… ¿Qué pasa?
—Que no es fácil ser un buen amigo.
—A mí me parece fácil y divertido.
—Me refiero a esos momentos en los que tienes que elegir, entre ser buen amigo o ser buen hijo.
—Yo nunca he tenido que elegir eso.
—Yo sí. Por eso estoy sintiéndome tan mal. Ahora sé que soy el mejor amigo pero no estoy seguro de ser un buen hijo.
—Yo creo que eres un buen amigo y un buen hijo. ¿Qué pasó con tus papás? ¿Te preocupa defraudarlos por algo?
—No. O tal vez sí. Ya los defraudé, pero aún no lo saben. Mejor dicho, cuando se enteren…
—Bueno, pero no hables así, ni que hubieras matado a alguien o fueras un delincuente…
—Lo soy.
— ¿Qué?
—Soy un ladrón. Esculqué el bolo de mi mamé y saqué un montón de billetes, que eran para pagar el arriendo.
— ¿Estás loco? ¿Cómo se te puede ocurrir robar y, encima de todo, a tu mamá?
—No lo hice por mí.
— ¿Alguien te obligó?
—Me obligó la amistad. Una amiga vino con cara de funeral y me pidió que le presentara un montón de dinero. Yo me reí y le dije que no tenía ni un peso, pero ella estaba realmente mal. Estaba desesperaba y me explicó para qué lo necesitaba. Me obligó a jurar que no le contaría a nadie y me preguntó si yo era su amigo. Le dije que sí, que claro. Ella me contestó que, si eso era verdad, entonces no podía abandonar en ese momento, como hacen las ratas cuando se hunde el barco. Sus palabras me llegaron hasta el fondo del corazón y le dije que la ayudaría en todo, que conseguiría el dinero como fuera. Cuando llegué a la casa, vi el bolso de mamá y no lo pensé dos veces. Sabía que se lo iba a devolver cuando vendiera la guitarra eléctrica que me mandó mi tío de Estados Unidos y mi colección de discos y revistas, pero me demoré en vender mis cosas y ella ha estado llorando desesperada. Me siento un miserable, pero no quiero que sepa que fui yo. No me volvería a mirar con respeto, con confianza. Mañana me pagan la guitarra y las otras cosas. Pienso dejarle el dinero en su closet, debajo de unas camisas, para que piense que lo había escondido allí. Ya sabes lo despistada que es.
—Gracias por contármelo. Sé que no es fácil confesar algo así. Pero, ¿sabes que pienso? Que debes decir toda la verdad a tu mamá, ella se lo merece.
— ¡No! ¡Jamás! Si te lo conté es porque eres mi amigo, pero no se lo voy a decir a nadie más y menos a mi mamá. En unos días ya habrá pasado todo.
—El dinero regresará Nada más. La mentira estará intacta, la sensación de que has actuado como un ladrón seguirá, porque lo que hiciste fue robar, con buena intención, pero robar.
—Si lo miras bien, no soy un ladrón. Soy un amigo solidario y espero que tú también lo seas.
—Estoy contigo. Soy solidario hasta la muerte. Pero eso no significa que deba ayudarte a hundirte aún más. Si quieres te acompaño a hablar con tu mamá, pero tienes que hacerlo. No es justo que la engañes y que la hagas sentir como una loca que no sabe dónde pone su dinero, que la hagas sufrir por no poder pagar el arriendo, que desconfíe de las personas que viven en su casa, que culpe a tu hermano o a la empleada. No tienes opción. Decir la verdad es siempre mejor que callar o mentir, te lo digo porque lo he vivido, Antonia me lo enseñó y no volveré a caer en esa tontería jamás, porque los problemas se agrandan y cada no sentimos peor. Cuenta lo que pasó y promete no volver a hacer algo tan absurdo.
—Pensé que ibas a apoyarme.
—Y es lo que hago. Hoy y siempre. Si mañana no te llega el dinero, puedo ayudarte a reunirlo. Puedo trabajar o vender cosas mías, lo que sea… pero no dudes en hablar con tu mamá. Ya verás que entiende.
Gonzalo miró a su amigo con desconfianza, luego hizo un gesto de disgusto y se marchó en silencio. Fernando se quedó otro rato caminando por el parque. Aunque le preocupaba perder a su amigo estaba seguro de haber hecho lo correcto.

Actividad
1. ¿Alguna vez has deseado no sentir nada, como una piedra? ¿Por qué?
2. Cuando cierras los ojos y te quedas pensativo(a), ¿qué es lo que con mayor frecuencia te llega a la mente?
3. En tu opinión ¿Qué es el remordimiento?
4. ¿Te consideras una persona que siempre tiene tiempo para los amigos?
5. ¿Alguna vez has tenido que elegir entre dos personas? ¿En qué te basaste para tomar tal decisión?
6. ¿Hasta dónde debemos llegar por ayudar a un(a) amigo(a)? ¿Qué límites pondrías tú?
7. ¿Qué piensas de la reacción de Fernando? ¿Crees que fue solidario con su amigo? ¿En qué sentido?






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