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Taller 3.5 de Ética y valores 9°

Tema: EL mercader de Venecia

PORCIA. — ¿Es que no puede rembolsar el dinero?

BASSANIO. —Sí, ofrezco entregárselo aquí ante el tribunal. Más aún ofrezco dos veces la suma Si no basta, me obligaré a pagar diez veces la cantidad, poniendo como prenda mi cabeza, mis manos, mi corazón; si no es suficiente aún, está claro entonces que la maldad se impone a la honradez.

Os suplico por una sola vez que hagáis flaquear la ley ante vuestra autoridad, haced un pequeño mal para realizar un gran bien y doblegad la obstinación de este diablo cruel.

PORCIA. —No puede ser; no hay fuerza en Venecia que pueda alterar un derecho establecido; un precedente tal introducirla en el Estado numerosos abusos; eso no puede ser.

SHYLOCK. — ¡Un Daniel ha venido a juzgarnos, sí, un Daniel! ¡Oh joven y sabio juez, cómo te honro!

PORCIA. — ¡Dejadme, os ruego, examinar el pagaré.

SHYLOCK. —Vedle aquí, reverendísimo doctor, vedle aquí.

PORCIA. —Shylock se te ofrece tres veces tu dinero.

SHYLOCK. —Un juramento, un juramento, he hecho un juramento al cielo. ¿Echaré sobre mi alma un perjurio? No, ni por Venecia entera.

PORCIA. —Bien; este pagaré ha vencido sin ser pagado, y por las estipulaciones consignadas en él, el judío puede legalmente reclamar una libra de carne, que tiene derecho a cortar lo más cerca del corazón de ese mercader. Sed compasivo, recibid tres veces el importe de la deuda; dejadme romper el pagaré.

SHYLOCK. —Cuando haya sido abonado conforme a su tenor. Parece que sois un digno juez; conocéis la ley; vuestra exposición ha sido muy sólida. Os requiero, pues, en nombre de la ley; de la que sois una de las columnas más meritorias, a proceder a la sentencia. Juro por mi alma que no hay lengua humana que tenga bastante elocuencia para cambiar mi voluntad. Me atengo al contenido de mi contrato.

ANTONIO. —Suplico al tribunal con todo mi corazón que tenga a bien dictar su fallo.

PORCIA. —Pues bien; aquí está entonces. Os es preciso preparar vuestro pecho al cuchillo.

SHYLOCK. — ¡Oh noble juez! ¡Oh excelente joven!

PORCIA. — En efecto, el objeto de la ley y el fin que persigue están estrechamente en relación con la penalidad que este documento muestra que se puede reclamar.

SHYLOCK. —Es muy verdad, ¡oh juez sabio e íntegro! ¡Cuánto más viejo eres de lo que indica tu semblante!

PORCIA. —En consecuencia, poned vuestro seno al desnudo.

SHYLOCK. —Sí, su pecho, es lo que dice el pagaré, ¿no es así, noble juez? “El sitio más próximo al corazón”, tales son los términos precisos.

PORCIA. —Exactamente, ¿Hay aquí balanza para pesar la carne?

SHYLOCK. —Tengo una dispuesta.

PORCIA. —Shylock, ¿habéis tomado algún cirujano a vuestras expensas para vendar sus heridas, a fin de que no desangre y muera?

SHYLOCK. — ¿Está eso enunciado en el pagaré?

PORCIA. —No está enunciado; pero ¿qué importa? Sería bueno que lo hicieseis por caridad.

SHYLOCK. — ¡No veo por qué!, ¡No está consignado en el pagaré!

PORCIA. —Acercaos, mercader, ¿tenéis algo que decir?

ANTONIO. —Poca cosa. Estoy armado de valor y preparado para mi suerte. Dadme vuestra mano, Bassanio, ¡adiós! No sintáis que me haya ocurrido esa desgracia por vos, pues en esta ocasión la fortuna se ha mostrado más compasiva que de costumbre. Es su hábito dejar al desdichado sobrevivir a su riqueza para contemplar con ojos huecos y arrugada frente una pobreza interminable. Pues bien; ella me libra del lento castigo de semejante miseria. Encomendadme al recuerdo de vuestra honorable mujer; preferible todas las peripecias del fin de Antonio: decidle cómo os quería, hablad bien de mí después de mi muerte, y cuando vuestro relato haya terminado, instadle a que decida si Bassanio no era su verdadero amigo un tiempo No os arrepintáis de perder vuestro amigo y él no se arrepentirá de pagar vuestra deuda; pues si el judío corta bastante profundamente, voy a pagar vuestra deuda con mi corazón entero.

BASSANIO. —Antonio, estoy casado con una mujer que me es tan querida como la vida misma; pero la vida, mi mujer, el mundo entero no me son tan caros como tu vida. Sacrificaré todo, lo perderé todo por librarte de ese diablo.

PORCIA. —Si vuestra mujer estuviese aquí cerca y os oyera hacer un ofrecimiento parecido, os daría bien pocas gracias por ello.

GRACIANO. —Tengo una mujer que amo, lo declaro. Pues bien, quisiera que estuviera en el cielo, a fin de que intercediese con alguna potencia divina para cambiar el corazón de ese feroz judío.

NERISSA. —Hacéis bien de expresar un voto como ése en su ausencia. Expresado en su presencia, turbaría la tranquilidad de vuestra casa.

SHYLOCK. — (Aparte) He aquí los maridos cristianos. Tengo una hija; mejor hubiera querido que se casase con uno de la raza de Barrabás que vería con un cristiano por esposo. (En voz alta) Perdemos tiempo, te lo ruego, acaba tu sentencia.

PORCIA. — Te pertenece una libra de carne de ese mercader, la ley te la da y el tribunal te da y el tribunal te la adjudica.

SHYLOCK. — ¡Rectísimo juez!

PORCIA. —Y podéis cortar esa carne de su pecho. La ley lo permite y el tribunal os lo autoriza.

SHYLOCK. — ¡Doctísimo juez! ¡He ahí una sentencia! ¡Vamos, preparaos!

PORCIA. —Detente un instante; hay todavía alguna otra cosa que decir. Este pagaré no te concede una gota de sangre. Las palabras formales son éstas: una libra carne. Toma, pues, lo que te concede el documento; toma tu libre de carne. Pero si al cortarla te ocurre verter una gota de sangre cristiana, tus tierras y sus bienes, según las leyes de Venecia, serán confiscados en beneficio del Estado de Venecia.

GRACIANO. — ¡Oh juez íntegro! ¡Adviértelo, judío! ¡Oh recto juez!

SHYLOCK. — ¿Es está la ley?

PORCIA. —Verás tú mismo el texto; pues ya que pides justicia, ten por seguro que la obtendrás, más de lo que deseas.

GRACIANO. — ¡Oh docto juez! ¡Adviértelo, judío!, ¡Oh recto juez!

SHYLOCK. —Acepto tu ofrecimiento entonces; páguenme tres veces el valor del pagaré y déjese marchar al cristiano.

BASSANIO. —Aquí está el dinero.

PORCIA. — ¡Despacio! El judío tendrá toda su justicia. ¡Despacio! Nada de prisas. No tendrás nada más que la ejecución de las cláusulas penales estipuladas.

GRACIANO. — ¡Oh judío! ¡Un juez íntegro, un recto juez!

PORCIA. —Prepárate, pues, a cortar la carne; no viertas sangre y no cortes ni más ni menos que una libra de carne; si tomas más o menos de una libra precisa, aun cuando no sea más que la cantidad suficiente para aumentar o disminuir el peso de la vigésima parte de un simple escrúpulo; más aún si el equilibrio de la balanza se descompone con el peso de una cabello, mueres, y todos tus bienes quedan confiscados.

GRACIANO. — ¡Un segundo Daniel, judío, un Daniel! Aquí os tengo ahora, en la cadera, pagano.

PORCIA. — ¿Por qué se detiene el judío? Toma tu retractación.

SHYLOCK. —Dadme mi principal y dejadme partir.

BASSANIO. —Tengo el todo preparado para ti; aquí está.

PORCIA. —Lo ha rehusado en pleno tribunal. Obtendrá estricta justicia y lo que le conceda su pagaré.

GRACIANO. — ¡Un Daniel, te lo repito, un segundo Daniel! Te doy las gracias, judío, por haberme enseñado esa palabra.

SHYLOCK. — ¿No conseguiré pura y simplemente mi principal?

PORCIA. —No tendrás sino la retractación estipulada para que a tu riesgo la tomes, judío.

SHYLOCK. —Pues bien; entonces que el diablo le dé la liquidación. No me quedaré aquí más tiempo discutiendo.

PORCIA. —Aguarda, judío; la ley tiene todavía otra cuenta contigo. Está establecido por las leyes de Venecia que si se prueba que un extranjero, por medios directos o indirectos, ha buscado atentar contra la vida de un ciudadano, una mitad de sus bienes pertenecerá a la persona contra la cual ha conspirado, y la otra mitad al arca reservada del Estado, y que la vida del ofensor dependerá enteramente de la misericordia del dux, que podrá hacer prevalecer su voluntad contra todo fallo. He aquí, a mi juicio, el caso en que te encuentras, porque es evidente, por tus actos manifiestos, que has conspirado directa y también indirectamente contra la vida misma del demandado, e incurrido, por tanto, en la pena precedentemente enunciada por mí. Arrodíllate, pues, e implora la clemencia del dux.

Actividad

1. ¿Cuál crees que es la única ley que no podemos ni debemos eludir?

2. ¿Te parece que la caridad es un buen argumento para faltar a una ley?

3. ¿Crees que, en ocasiones, podemos tener derechos que van en contra de lo que nos dicta la conciencia? Cita algún ejemplo.

4. ¿Qué es para ti la justicia? Redacta una definición.

5. ¿Conoces casos de personas que estén dispuestas a producir sufrimiento y muerte con tal de que sus leyes se cumplan, o de obtener los beneficios de alguna ley?

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