Tema: las leyes más importantes no
están escritas
Gonzalo,
Laura, Fernando y Antonia estaban reunidos al lado de la pista de karts. Los
pequeños autos zumbaban al dar la curva cercana al montículo de césped donde
los cuatro amigos se habían sentado a ver pasar la tarde y a hablar de sus
vidas. Laura le había entregado a Gonzalo un sobre con billetes nuevos, recién
salidos del banco. El muchacho había dejado el paquete sobre sus piernas sin
atreverse a abrirlo. Fernando y Antonia miraron hacia otro lado, simulando no
ver, no saber de que se trataba el sobre. Intentaban no remover el pasado. La
idea era disfrutar la tarde, el sol rojizo, tal vez montar en esos veloces
carritos, comerse un helado y no pensar demasiado.
Pasaron
unos minutos en completo silencio. Finalmente, Antonia dijo que la tarde estaba
linda. Fernando comento que esos karts no eran los mejores, pero que al menos
rodaban al aire libre. Gonzalo empezó una frase que murió en su boca a los
pocos segundos de iniciarla. Nuevamente el silencio de los labios y el zumbido
de los motores. Cinco minutos de hielo. Ninguno miraba a nadie. El sobre hacia
equilibrio en la pierna derecha de Gonzalo. Antonia enrollaba, nerviosamente,
su bufanda azul. Fernando tosió.
—¿Qué les
pasa? Ese sobre no es un soborno, ni me lo he robado. Es mi dinero y es para
pagar una deuda que tengo con Gonzalo.
—Lo sabemos— dijo Antonia.
—¿Entonces?
—Entonces,
nada. Que me siento raro. Me siento mal. Hace varios días que me siento mal—explicó
Gonzalo.
Fernando
y Antonia miraron a Laura como queriendo decir que compartían los sentimientos
de Gonzalo.
—¿Ustedes
se sienten mal? ¿Y yo? ¿Cómo creen que me siento?
—Todos
sabemos cómo te sientes- aclaro Antonia.
—¿Saben
qué? En realidad, creo que no lo saben. Estas cosas se comprenden cuando las
vives, no cuando te las cuentan. Finalmente acepte que Fernando supiera todo
porque es el novio de mi mejor amiga y es una persona muy buena… pero no para
que me mirara así… como si yo fuera una criminal. No he hecho nada ilegal, no
he matado a nadie…— comenzó a decir Laura, pero de repente se interrumpió
cayendo en cuenta de lo absurdo de sus palabras.
—Pues
mira, yo soy tu amigo y te he ayudado en esto porque te quiero, pero si todavía
crees que no has hecho nada ilegal, pues entérate, infórmate, en este país y en
muchos otros, abortar es ilegal. En cuanto a eso de que no has matado a
nadie…—protestó Gonzalo con dureza.
—¡Cállate!
—gritó Antonia.
Laura los
miro con una expresión de horror y de dolor que hacia innecesarias las
palabras. Lloró despacio, sin gritos, sin quejidos, solamente dos hilitos de
agua que quemaban las mejillas. Antonia lo abrazo muy fuerte como si Laura se
estuviera muriendo de frío.
—Perdóname.
No quería hablarte así. Es que todo es tan triste y tan absurdo. Eres una
persona muy buena y te adoro, pero esto que ha pasado me hace sentir mal e
impotente. Quisiera hacer algo para borrarlo. No quiero verte llorar, pero
tampoco se me ocurre ninguna razón para reírnos—se disculpó Gonzalo.
—A mi no
me importa si lo que ha pasado es legal o no. Es algo malo y triste que jamás
debió suceder—dijo Fernando—. No se si Laura cometió un delito o si Gonzalo fue
cómplice de un acto criminal, después de todo, nosotros dos también somos
cómplices… pero creo que la cosa no es por ahí. Lo que pasa es que estamos
hablando de algo que no aprueba una parte de nuestro ser, una parte que esta
muy dentro de nosotros. Yo lo llamaría conciencia, otra gente lo llamaría
corazón…
—Yo lo
llamo alma —afirmo Antonia con la voz quebrada.
—Yo lo
llamo vida, una vida que siempre ha sido injusta conmigo —se defendió Laura con
rabia.
—La culpa
no es de la vida, es de lo que nosotros hacemos, de nuestras decisiones —aclaró
Gonzalo.
—¡Cállate!
—repitió Antonia.
—Eso lo
sabemos todos, no es necesario que lo aclares en estos momentos tan dolorosos
—añadió Fernando.
—Déjalo
que hable. Lo que dice, todo lo que dice, es verdad. Duele, duele como si me
echaran sal en una herida, pero es verdad y tengo que aceptarlo y enfrentarlo
—dijo Laura con una voz ronca que parecía la de una viejita de ochenta años.
—Es
cierto, pero ahora no se trata de echarnos la culpa. Se trata de aceptar que
todos nos hemos equivocado o, al menos, no estamos tranquilos con esta
situación. No podemos devolver los días y lo que nos queda es reflexionar
acerca de lo que paso para no volver a cometer los mismos errores —aconsejó
Antonia.
—De nada
me sirve que nadie me castigue por haber hecho algo en contra de la ley, si en
el fondo de mi corazón me siento una criminal.
—Tienes
razón. Hay una gran diferencia entre lo que es legal y lo que es correcto. En ocasiones
la ley coincide con lo correcto, pero muchas veces las leyes no dicen nada
sobre algunas cosas que hacemos. Es nuestra conciencia la que decide si actuamos
bien o no. Y eso esta claro —argumento Fernando—. Lo que ha sucedido no es algo
bueno, ni hermoso, ni agradable, pero tampoco debes dejar que esa sensación te
acompañe de por vida. Hay una gran diferencia entre una persona mala y una
persona que, como todo ser humano, se equivoca. Ninguno de nosotros duda de que
seas una persona buena. Lo mas importante es que, de ahora en adelante, todas
las cosas que hagas te permitan sentir orgullosa de ti. Yo estoy orgulloso de
ser tu amigo, aunque te hayas equivocado.
—Yo
pienso igual —aseguró Antonia.
—Y yo
—dijo Gonzalo.
—¿Saben
algo? Creo que no existe ninguna ley que diga que debemos apoyar a los amigos,
pero pienso que si no hubiera sido solidaria con el dolor de Laura habría
actuado de manera incorrecta. El tiempo se encargará de mostrarnos hasta donde
nos hemos equivocado o acertado en estos días. Yo he hecho lo que creí que
estaba mejor —comentó Antonia.
—Yo, en
cambio, no estoy tan seguro —dudó Gonzalo—. En lo único que pensé fue en ayudar
a Laura.
Los cuatro amigos callaron. Algunas pocas gotas de lluvia comenzaron a caer perezosamente. De repente, Laura exclamo: —¿Alguien me da un abrazo? Los otros tres muchachos reaccionaron al mismo tiempo y, bajo la lluvia que iba creciendo poco a poco, los cuatro amigos se confundieron en un fuerte abrazo que los convertía, al menos hoy, en un solo cuerpo con ocho brazos; en un gracioso, enredado y triste pulpo al que nadie habría deseado separarle ninguno de sus tentáculos.
ACTIVIDAD
1. ¿Como interpretas el título de esta lectura?
2. Si fueras Fernando o Antonia y estuvieras obligado(a) a
decir algo ahora, ¿Qué dirías?
3. ¿Crees que habría sido mejor que naciera el hijo de
Laura? ¿Qué hubiera sucedido entonces?
4. Cita algún ejemplo de una situación, real o imaginaria,
en la que por ejercer nuestro derecho a elegir podemos tomas decisiones
equivocadas.
5. ¿Crees que se puede ser solidario con las personas pero
no con sus actos? Justifica tu respuesta con ejemplos concretos.
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