Tema: ¿Quién tuvo la culpa?
Cuando a Fernando lo llamaron a la rectoría,
no entendió el motivo. Lo mismo pasó con Antonia y con la profesora de inglés y
el profesor de educación física, y con todos los demás que iban entrando poco a
poco al despacho. El tiempo había pasado y el rector citaba a una reunión que
se centraría en algo que había sucedido un mes atrás. Habían sido treinta días
para recapacitar y medir responsabilidades, para averiguar e intentar
reconstruir los hechos. Treinta días de paciencia y reflexión, en los cuales el
cerebro del rector había pasado de la estupefacción al disgusto, del asombro a
la risa, de la ternura a la rabia, de la indignación a la tolerancia.
Ahora, cuando todos los implicados estaban
reunidos, el rector sabía muy bien lo que había sucedido y estaba seguro de lo
que tenía que decir.
— ¿Saben ustedes por qué razón los he citado
esta mañana? —preguntó sin dudar.
Ninguno de los presentes estaba muy seguro y,
por tanto, guardaron un prudente silencio.
—Repito, ¿saben ustedes por qué están aquí?
—Presumo que por alguna razón académica
—respondió la profesora de inglés.
—No. No es una razón estrictamente académica
lo que hace que estemos hoy aquí reunidos. Es más bien una cuestión de
ecología.
—Pero, señor rector, creo que las actividades
de este periodo ya estaban definidas. Yo misma hablé con usted la semana
pesada. ¿Hay algún cambio que deba comunicarnos? —comentó la profesora de
biología.
—Y si se trata de ecología, ¿qué hacemos los
profesores de gimnasia y de idiomas en esta reunión? —preguntó el profesor de
educación física.
—La razón, mis queridos colegas, es que hoy
vamos a hablar de una ecología que no tenemos casi nunca en cuenta y que es,
probablemente la más importante de todas. Estamos aquí reunidos, en mi oficina,
para hablar del partido de fútbol que terminó en batalla campal y dejó a varios
alumnos con heridas, y al colegio muy mal respecto a su capacidad de educar, de
transformar los instintos violentos en algo más humano, más racional, más digno
de las personas que creemos ser.
— ¿Qué creemos? —comentó la profesora de
inglés.
—Sí, profesora, que creemos. Cuando sucede
algo tan desafortunado, como ver a nuestros alumnos encarnizados en un combate
absurdo, golpeándolo con saña y haciendo sangrar los rostros de los que debían
ser sus amigos y compañeros, mientras los profesores brillamos por nuestra
ausencia (estemos o no presentes), entonces vale la pena preguntarnos, qué tipo
de personas somos y si el buen concepto que tenemos de nosotros mismos se
justifica de alguna manera.
— ¿Estemos o no presentes? ¿Cómo podemos
brillar por nuestra ausencia estando presentes, señor rector? —argumentó el
profe de español.
—Me alegra que haya reparado en ese detalle,
profesor. Sí. Ese triste día del partido de fútbol, muchos de nosotros no
estábamos presentes por encontrarnos en actividades que nos capacitan mejor
para nuestra labor como decente, pero los pocos maestros que permanecieron en
la institución estaban, en mi opinión, más ajenos a la situación que los que
habíamos salido.
—Señor rector, no estará insinuando que…
—comenzó a decir el profe de educación física.
—No, profesor, no estoy insinuando nada. Lo
estoy afirmando. Usted y la querida profesora de inglés, la señora Jenny,
tuvieron un comportamiento absolutamente censurable, y si no he dicho nada en
este tiempo es porque quería estar plenamente seguro de lo que había pasado. Quería
cerciorarme, escuchar diferentes versiones y tener un panorama más amplio de lo
acontecido. Pero hoy no tengo ninguna duda. La actitud de ustedes dos fue
vergonzosa.
—Disculpe, señor, pero me parece que la culpa
fue de nosotros, los estudiantes. Fuimos los jugadores los que nos enredamos en
una lucha de puños y patadas que no tenía nada que ver con el fútbol. Los
profesores no tuvieron que ver en eso —aseguró Fernando, con la certeza de que
la culpa era más de sus compañeros y de él mismo que de ningún otro.
—Qué bueno que hable, señor Fernández, porque
usted es uno de las más grandes defensores de los animales, junto con la
señorita Jenny.
—Me perdona, rector, pero no veo la relación
que pueda existir entre los lamentables sucesos partidos de fútbol y el hecho
de que yo defienda la justa causa de los animales. Sí, me declaro ecologista al
igual que el alumno Fernández y no veo nada de malo en eso.
—Pues si vamos a hablar de ecología, yo mismo
me declaro defensor del planeta. Recuerde, señor rector, que yo lidero las
campañas de reciclaje en el colegio —aclaró el profe de educación física.
—Precisamente. Y la señorita es la encargada
de ilustrar con bellísimos afiches esas campañas que usted lidera. No, no crea
que me olvido de nada. Conozco muy bien los intereses de ustedes. Sé que
contamos con todo un ejército de ecologistas. Es por que se me ha ocurrido
retomar el tema en esta reunión.
Hubo un silencio largo en la sala.
—Estoy dispuesto a aceptar cualquier sanción
—dijo finalmente Fernando, al no lograr comprender las palabras del rector.
—Nadie ha hablado de sanciones —aclaró Antonia,
temiendo que una de las posibilidades fuera que su novio tuviese que emigrar
del colegio.
—Es cierto. No he hablado de sanciones. En
esta ocasión quisiera que acudiéramos a nuestra conciencia y revisáramos lo
sucedido. Tengo a los más grandes ecologistas del colegio reunidos en mi
oficina y sé que ustedes pondrían el grito en el cielo si les comunicara que
voy a organizar una matanza de tortugas, o que voy a poner de moda las peleas
de perros en los recreos, ¿no es verdad? —aseguró el rector con una sonrisita
enigmática.
— ¡Claro! —dijeron en coro tres de los
presentes.
—Muy bien. Pues lo que se presenció durante
el partido de fútbol del que estamos fue una pelea de animales feroces e
implacables, que no dudaron en hacer sangrar a sus congéneres y que tampoco
vacilaron en golpear incluso a las mujeres.
Los estudiantes se ruborizaron. Fernando
recordó lo sucedido con Antonia. Los profesores miraron con gesto severo a los
alumnos. El rector continuó.
—Pero fue aún más triste la actitud de la
profesora de inglés, quien optó por ignorar la situación escondiéndose, o la
actitud del profesor de educación física, quien consideró que era absolutamente
normal que los hombres solucionaran sus problemas a punta de puños y patadas
¡Eso es más que vergonzoso!
El silencio fue general.
—Sí, queridos alumnos y estimados profesores. Lo que sucedió es vergonzoso y el principal culpable soy yo. Mi deber es velar por la formación de los estudiantes y por qué haya una buena convivencia entre todos. Al parecer en algo me he equivocado. Los maestros eludieron su responsabilidad y ustedes, muchachos, se comportaron como los salvajes que matan y torturan animales. Hoy no aplicaré ninguna sanción. Sólo quiero recordarles que el ser más valioso de la creación es el ser humano, y que mientras éste sea infeliz o actúe de forma violenta, todo nuestro discurso ecológico sonará vacío e hipócrita. Comencemos por el trato que nos damos unos a otros. Nuestra paz es tanto o más importante que las tortugas o los delfines del Amazonas. Defendamos a todos los seres vivos, pero no olvidemos que el ser humano está primero. Quiero que dentro de ocho días traigan propuestas concretas sobre esta ecología humana que tanto me preocupa. Hasta entonces.
Actividad
1. ¿Recuerdas algún momento de tu vida en el que hayas
pasado por etapas tan contradictorias.
2. ¿Qué persona crees que eres? Haz una breve descripción.
3. ¿Alguna vez te has sentido ausente, aunque tu cuerpo esté
presente?
4. Según lo que leíste. ¿Quién o quiénes fueron los
verdaderos culpables de lo sucedido?
5. Si fueras sido el rector, ¿qué sanciones habrías
aplicado? ¿Por qué?
6. En tu opinión, ¿cuál debió haber sido la actitud correcta
de los dos profesores?
7. Imagina que eres uno de estos estudiantes y elabora una
propuesta para preservar en buen estado, el ambiente humano de tu institución
escolar.
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