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Taller 3.3 de Ética y valores 9°

           Tema: ¿Quién tuvo la culpa?

Cuando a Fernando lo llamaron a la rectoría, no entendió el motivo. Lo mismo pasó con Antonia y con la profesora de inglés y el profesor de educación física, y con todos los demás que iban entrando poco a poco al despacho. El tiempo había pasado y el rector citaba a una reunión que se centraría en algo que había sucedido un mes atrás. Habían sido treinta días para recapacitar y medir responsabilidades, para averiguar e intentar reconstruir los hechos. Treinta días de paciencia y reflexión, en los cuales el cerebro del rector había pasado de la estupefacción al disgusto, del asombro a la risa, de la ternura a la rabia, de la indignación a la tolerancia.

Ahora, cuando todos los implicados estaban reunidos, el rector sabía muy bien lo que había sucedido y estaba seguro de lo que tenía que decir.

— ¿Saben ustedes por qué razón los he citado esta mañana? —preguntó sin dudar.

Ninguno de los presentes estaba muy seguro y, por tanto, guardaron un prudente silencio.

—Repito, ¿saben ustedes por qué están aquí?

—Presumo que por alguna razón académica —respondió la profesora de inglés.

—No. No es una razón estrictamente académica lo que hace que estemos hoy aquí reunidos. Es más bien una cuestión de ecología.

—Pero, señor rector, creo que las actividades de este periodo ya estaban definidas. Yo misma hablé con usted la semana pesada. ¿Hay algún cambio que deba comunicarnos? —comentó la profesora de biología.

—Y si se trata de ecología, ¿qué hacemos los profesores de gimnasia y de idiomas en esta reunión? —preguntó el profesor de educación física.

—La razón, mis queridos colegas, es que hoy vamos a hablar de una ecología que no tenemos casi nunca en cuenta y que es, probablemente la más importante de todas. Estamos aquí reunidos, en mi oficina, para hablar del partido de fútbol que terminó en batalla campal y dejó a varios alumnos con heridas, y al colegio muy mal respecto a su capacidad de educar, de transformar los instintos violentos en algo más humano, más racional, más digno de las personas que creemos ser.

— ¿Qué creemos? —comentó la profesora de inglés.

—Sí, profesora, que creemos. Cuando sucede algo tan desafortunado, como ver a nuestros alumnos encarnizados en un combate absurdo, golpeándolo con saña y haciendo sangrar los rostros de los que debían ser sus amigos y compañeros, mientras los profesores brillamos por nuestra ausencia (estemos o no presentes), entonces vale la pena preguntarnos, qué tipo de personas somos y si el buen concepto que tenemos de nosotros mismos se justifica de alguna manera.

— ¿Estemos o no presentes? ¿Cómo podemos brillar por nuestra ausencia estando presentes, señor rector? —argumentó el profe de español.

—Me alegra que haya reparado en ese detalle, profesor. Sí. Ese triste día del partido de fútbol, muchos de nosotros no estábamos presentes por encontrarnos en actividades que nos capacitan mejor para nuestra labor como decente, pero los pocos maestros que permanecieron en la institución estaban, en mi opinión, más ajenos a la situación que los que habíamos salido.

—Señor rector, no estará insinuando que… —comenzó a decir el profe de educación física.

—No, profesor, no estoy insinuando nada. Lo estoy afirmando. Usted y la querida profesora de inglés, la señora Jenny, tuvieron un comportamiento absolutamente censurable, y si no he dicho nada en este tiempo es porque quería estar plenamente seguro de lo que había pasado. Quería cerciorarme, escuchar diferentes versiones y tener un panorama más amplio de lo acontecido. Pero hoy no tengo ninguna duda. La actitud de ustedes dos fue vergonzosa.

—Disculpe, señor, pero me parece que la culpa fue de nosotros, los estudiantes. Fuimos los jugadores los que nos enredamos en una lucha de puños y patadas que no tenía nada que ver con el fútbol. Los profesores no tuvieron que ver en eso —aseguró Fernando, con la certeza de que la culpa era más de sus compañeros y de él mismo que de ningún otro.

—Qué bueno que hable, señor Fernández, porque usted es uno de las más grandes defensores de los animales, junto con la señorita Jenny.

—Me perdona, rector, pero no veo la relación que pueda existir entre los lamentables sucesos partidos de fútbol y el hecho de que yo defienda la justa causa de los animales. Sí, me declaro ecologista al igual que el alumno Fernández y no veo nada de malo en eso.

—Pues si vamos a hablar de ecología, yo mismo me declaro defensor del planeta. Recuerde, señor rector, que yo lidero las campañas de reciclaje en el colegio —aclaró el profe de educación física.

—Precisamente. Y la señorita es la encargada de ilustrar con bellísimos afiches esas campañas que usted lidera. No, no crea que me olvido de nada. Conozco muy bien los intereses de ustedes. Sé que contamos con todo un ejército de ecologistas. Es por que se me ha ocurrido retomar el tema en esta reunión.

Hubo un silencio largo en la sala.

—Estoy dispuesto a aceptar cualquier sanción —dijo finalmente Fernando, al no lograr comprender las palabras del rector.

—Nadie ha hablado de sanciones —aclaró Antonia, temiendo que una de las posibilidades fuera que su novio tuviese que emigrar del colegio.

—Es cierto. No he hablado de sanciones. En esta ocasión quisiera que acudiéramos a nuestra conciencia y revisáramos lo sucedido. Tengo a los más grandes ecologistas del colegio reunidos en mi oficina y sé que ustedes pondrían el grito en el cielo si les comunicara que voy a organizar una matanza de tortugas, o que voy a poner de moda las peleas de perros en los recreos, ¿no es verdad? —aseguró el rector con una sonrisita enigmática.

— ¡Claro! —dijeron en coro tres de los presentes.

—Muy bien. Pues lo que se presenció durante el partido de fútbol del que estamos fue una pelea de animales feroces e implacables, que no dudaron en hacer sangrar a sus congéneres y que tampoco vacilaron en golpear incluso a las mujeres.

Los estudiantes se ruborizaron. Fernando recordó lo sucedido con Antonia. Los profesores miraron con gesto severo a los alumnos. El rector continuó.

—Pero fue aún más triste la actitud de la profesora de inglés, quien optó por ignorar la situación escondiéndose, o la actitud del profesor de educación física, quien consideró que era absolutamente normal que los hombres solucionaran sus problemas a punta de puños y patadas ¡Eso es más que vergonzoso!

El silencio fue general.

—Sí, queridos alumnos y estimados profesores. Lo que sucedió es vergonzoso y el principal  culpable soy yo. Mi deber es velar por la formación de los estudiantes y por qué haya una buena convivencia entre todos. Al parecer en algo me he equivocado. Los maestros eludieron su responsabilidad y ustedes, muchachos, se comportaron como los salvajes que matan y torturan animales. Hoy no aplicaré ninguna sanción. Sólo quiero recordarles que el ser más valioso de la creación es el ser humano, y que mientras éste sea infeliz o actúe de forma violenta, todo nuestro discurso ecológico sonará vacío e hipócrita. Comencemos por el trato que nos damos unos a otros. Nuestra paz es tanto o más importante que las tortugas o los delfines del Amazonas. Defendamos a todos los seres vivos, pero no olvidemos que el ser humano está primero. Quiero que dentro de ocho días traigan propuestas concretas sobre esta ecología humana que tanto me preocupa. Hasta entonces.

Actividad         

1. ¿Recuerdas algún momento de tu vida en el que hayas pasado por etapas tan contradictorias.

2. ¿Qué persona crees que eres? Haz una breve descripción.

3. ¿Alguna vez te has sentido ausente, aunque tu cuerpo esté presente?

4. Según lo que leíste. ¿Quién o quiénes fueron los verdaderos culpables de lo sucedido?

5. Si fueras sido el rector, ¿qué sanciones habrías aplicado? ¿Por qué?

6. En tu opinión, ¿cuál debió haber sido la actitud correcta de los dos profesores?

7. Imagina que eres uno de estos estudiantes y elabora una propuesta para preservar en buen estado, el ambiente humano de tu institución escolar.

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